La naturaleza es un libro sagrado que contiene la ley de la vida

Fíjate en ella y sabrás cómo debes orientar tu vida

Te han llamado para conquistar el mundo de lo posible

Es hora de que te lo creas y avances

La verdad que resplandece en el cielo

Es la misma que debe ser plantada en la tierra

La sed de conocimientos, el hambre de Verdad, de Belleza y de Sabiduría

Deben presidir tu vida y lanzarte hacia adelante

Enciende tu hoguera de la voluntad

Porque a través de ella podrás conseguir lo que te propongas

Temas varios del 27/1/82

Esta cinta de Kabaleb contiene una clase ofrecida el 27/1/82.

Temas Varios

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La digitalización de este archivo fue gracias al trabajo de Xavier Viladevall.

En esta grabación los siguientes temas (para más información hacer clic en las palabras subrayadas) :

¿Es lícito que un fabricante de cañones que financia obras de caridad, deje de hacerlo?
• Tempestad
• Fases de la semilla
• Sentido de la unidad
• Ser y no hacer
• Jerarquía
• Locura
• Cuando los sentimientos se dejan de lado
• Karma de los niños
• Exigencias a los que saben
• Trabajo del Ego
• Médicos

Apocalipsis, el camino del conocimiento (10, 2ª parte)


12.- "Y la voz que había oído del cielo me habló de nuevo y dijo: Ve, toma el pequeño libro abierto de la mano del ángel que está erguido sobre el mar y sobre la tierra. Y fui hacia el Ángel, diciéndole que me diera el pequeño libro. Y él me dijo: Tómalo y trágatelo; será amargo en tus entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel. Tomé el pequeño libro de la mano del Ángel y lo tragué, y fue en mi boca dulce como la miel, pero cuando lo hube tragado, mis entrañas se llenaron de amargura. Entonces me dijeron: Es preciso que de nuevo profetices contra una multitud de pueblos, de naciones, de lenguas y de reyes. (Apocalipsis X, 8-11)...

13.- La voz del cielo es la de nuestro Ego; esa voz que no sabemos escuchar, pero que ha medida que avanzamos en nuestro proceso evolutivo, percibimos con mayor claridad y llega un momento en que nuestro yo profano se somete a los dictados de esa voz. Aquí vemos que el Ego de Juan, de ese Juan que todos llevamos dentro, lo envía al Ángel para que tome el pequeño libro.

El Ángel que se apoya en el mar y en la tierra, también aparece en nuestra naturaleza interna, en nuestro mar y nuestra tierra humana, y ese pequeño libro contiene la Historia Humana que los de Binah han escrito desde el comienzo de su actuación hasta el final. Puesto que esa Alma Humana llamada Juan se interesa por conocer los detalles de la organización cósmica, le sucede

Apocalipsis, el camino del conocimiento (10, 1ª parte)


1.- "Vi a otro ángel poderoso que descendía del cielo envuelto en una nube; encima de su cabeza había el arco Iris, y su rostro era como el sol y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un pequeño libro abierto. Posó su pie derecho sobre el mar y su pie izquierdo sobre la tierra, y gritó con voz fuerte, como el rugido de un león. Cuando gritó los 7 truenos hicieron oír su voz. Y cuando los 7 truenos hicieron oír sus voces, iba a escribir y oí una voz del cielo que decía: Sella lo que han dicho los 7 truenos y no lo escribas. Y el ángel que veía erguido sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano derecha hacia el cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que ha creado el cielo y las cosas que están en él, la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que en él están, que no habría más tiempo y que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando sonara su trompeta, el misterio de Dios se cumpliría tal como lo anunciara a sus servidores los profetas" (Apocalipsis X, 1-8)...

2.- Hemos visto hasta aquí como el viejo mundo se va retirando y matando, o destruyendo, todo aquello que de él dependía. Notemos que esa muerte supone una incorporación de los valores del viejo mundo al nuevo universo que Jesús dio a conocer con el nombre del Reino.

Binah y sus Séfiras de la izquierda, ponen su ciencia, su saber, sus leyes, sus libros, en los Séfiras de la derecha, donde esa ciencia

Apocalipsis, el camino del conocimiento (9, 2ª parte)

12.- Esas langostas-escorpiones actúan con enorme delicadeza, no dañando hierba, ni árboles, ni verdura. Quizás eso que está verde acabe dando una mala cosecha, pero no se puede prejuzgar el porvenir ni sentenciarlo antes de que se vea el fruto que produce.

Sólo los hombres pueden ser dañados, o sea, aquello que se encuentra en el estadio terminal de su evolución. Y, entre los hombres a dañar, sólo lo serán aquellos que no tengan el sello en sus frentes. Esta precisión confirma que no es en el aspecto social que debemos interpretar esos textos, sino en el aspecto anímico. Esa catástrofe se desarrolla nuestro mundo interno, en el que conviven los marcados con el sello y los que son dañados por los langosta-escorpiones. Lo que en nuestra naturaleza no sigue, se ha atascado, se verá dañado por las langostas con poder de escorpiones. ..

Permanezcamos pues atentos a esa dinámica: si vemos que nuestras cosechas, a las que tantos esfuerzos hemos dedicado, son devoradas por hombres-langosta que se llevan los beneficios que legítimamente nos correspondían, y si esto se repite una y otra vez, digámonos que estamos siendo sometidos a la justicia divina, que la plaga de las langostas ha caído sobre nosotros para obligarnos a retroceder en nuestras pretensiones y a volver a empezar sobre bases distintas. No importa que nuestra obra sea válida y aun útil a la sociedad. Ya aparecerá otro que aportará a la sociedad aquello

Apocalipsis, el camino del conocimiento (9, 1ª parte)

1.- "El quinto ángel sonó la trompeta y vi una estrella que cayó del cielo sobre la tierra y le fue dada la llave del pozo del abismo; y abrió el pozo del abismo, y subió del pozo humo, como el humo de un gran horno, y se oscureció el sol y el aire a causa del humo del pozo. (Apocalipsis IX, 1-2).

2.- La estrella que tiene la llave del pozo del abismo se llama Marte. El abismo es un producto de la columna de la izquierda y Marte-Gueburah, siendo el He del Mundo de Creaciones, es el que produce las fuerzas que van a parar al Abismo...

En efecto, ya hemos visto, a lo largo de la Enseñanza, que nuestra naturaleza emotiva, nuestra Agua, la que circula por Mundo Cabalístico de Creaciones (Hesed, Gueburah, Tiphereth y Netzah), es la gran enemiga del Fuego primordial. Hemos visto como esa personalidad emotiva, cuando recibe el Designio del Ego para elaborarlo y vestirlo con los Sentimientos, le pregunta a ese Designio ¿Qué gano yo trabajando para ti? Entonces se produce un tira y afloja entre nuestro Yo emotivo y el Ego Superior, en el que éste pacta con el Yo-Emotivo el salario que va recibir por su trabajo. Este pacto significa que una parte del Designio se perderá, a cambio de poder llevar a cabo el resto. Esta parte perdida es Fuego, un Fuego que ya no puede ser reintegrado al Mundo de Emanación del cual procede, del mismo modo que el agua emanada de una fuente ya no puede volver

Apocalipsis, el camino del conocimiento (8, 2ª parte)

12.- "Tocó el primero la trompeta y hubo granizo y fuego mezclado con sangre, que fue arrojado sobre la tierra; y quedó abrasada la tercera parte de la tierra y la tercera parte de los árboles, y toda hierba verde quedó abrasada". (Apocalipsis VIII, 7).

Decíamos en el punto 22 del capítulo 7, que el elemento estelar de la Nueva Era será el Fósforo, que es una combinación de Fuego y Agua, en el que se manifestará la Unidad Padre-Hijo. En el toque de esta primera trompeta encontramos precisamente esa mezcla de Fuego y Agua, el agua convertida en un elemento sólido, el granizo. Fuego y Agua, mezclados con sangre, pondrán fin a la tercera parte de la Tierra...

Al comienzo del capítulo anterior vimos como aparecían cuatro ángeles dispuestos a detener los Vientos y en el capítulo 6 vimos como al abrir el cuarto sello apareció un caballo con un jinete al que le fue dado poder para exterminar la 4ª parte de la tierra. Dijimos entonces que esa 4ª parte era la constituida por el elemento Tierra. Quedaban entonces tres elementos, cuando los ángeles iban a eliminar

Apocalipsis, el camino del conocimiento (8, 1ª parte)

1.- "Cuando abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo por espacio de media hora" (Apocalipsis 8-1).

Los que viven en contacto con la naturaleza conocen esa calma que precede a la tempestad, la detectan y saben que la tempestad va a enseñorearse de los cielos cuando aquel apacible silencio toque a su fin. Ese proceder de la naturaleza se encuentra programado en todas sus gesticulaciones, y cuando el mundo en que vivimos esté próximo a su destrucción, habrán cesado las guerras, los hombres se entenderán, el porvenir parecerá ensueño... Las gentes comerán, beberán, sexearán, se entregarán a sus prácticas perversas diciéndose que aquello es lo saludable, lo moderno, lo que rejuvenece, y estarán más convencidos que nunca de que el mundo carece de reglas trascendentes, carece de finalidad, y que es el hombre mismo quien se ha inventado una divinidad para conjurar su miedo al vacío; pero he aquí que ese ser humano ha llegado a la edad adulta y ahora ve claramente que la Vida empezó con un choque casual entre dos moléculas, o algo así.

2.- En la Lección 6ª hemos visto como al abrirse el sexto sello comienza la hecatombe en la Tierra y como los reyes, los poderosos, los magnates quedan sepultados en su entraña. Hemos visto después que los mensajeros del Nuevo Mundo detienen ese proceso destructor

Apocalipsis, el camino del conocimiento (7, 2ª parte)


12.- "Después de esto, miré y he aquí que había una gran muchedumbre que nadie podía contar, de toda nación, de toda tribu, de todo pueblo y de toda lengua. Estaban ante el trono y ante el cordero, revestidos de vestiduras blancas y con palmas en las manos. Gritaban con voz fuerte, diciendo: La salvación está en nuestro Dios que está sentado en el trono, y en el cordero. Y todos los ángeles estaban alrededor del trono y los ancianos y los cuatro seres vivientes, los cuales inclinaron sus frentes ante el trono, adorando a Dios y diciendo: ¡Amén! La loanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza estén con nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén... Y uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo: Los que están revestidos de vestiduras blancas, ¿quiénes son? Y ¿de dónde han venido? Yo le dije: Mi señor, tú lo sabes. Y él me respondió: Son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus ropas y las han blanqueado con la sangre del cordero. Es por ello que están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su templo. El que está sentado en el trono extenderá sobre ellos su tabernáculo y ya no tendrán más hambre, ni sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno, porque el cordero que está en medio del trono los apacentará y los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos" (Apocalipsis VII, 9-17).

13.- Hemos visto, a lo largo de esta Enseñanza, como todo lo descrito en la crónica sagrada tiene como protagonista y como escenario al ser humano. En nosotros está el Ego-Dios, sentado en el Trono y con todos sus Poderes

Apocalipsis, el camino del conocimiento (7, 1ª parte)


1.- "Tras eso, vi cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra y retenían los cuatro vientos para que no soplasen sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi otro ángel que subía del lado del sol naciente y tenía el sello de Dios vivo, y gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles a quienes había sido dado de dañar la tierra y el mar, diciendo: No hagáis ningún daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos marcado con un sello en la frente a los servidores de nuestro Dios. (Apocalipsis VII, 1-3)...

2.- Vemos en este punto como los ángeles aparecen siendo portadores de designios contradictorios, señal de que no obedecen a un mismo Señor. Los traductores del Apocalipsis dan el nombre convencional de Ángeles a las jerarquías espirituales que aparecen en la visión de Juan. Ciertos traductores los denominan simplemente Mensajeros, expresión más apropiada en este caso ya que los cuatro que se proponen detener a los vientos son mensajeros de Jehová, mientras que el que sube del lado del Sol Naciente, es un mensajero del Hijo; o sea, los cuatro primeros son Ángeles al servicio de Binah y el otro un Arcángel al servicio de Hochmah-Cristo. Unos han recibido órdenes de liquidar el mundo antiguo, retirando el elemento Aire, que constituía uno de sus Servicios. El otro, en nombre del nuevo soberano, les pide que no interrumpan el servicio

Apocalipsis, el camino del conocimiento (6, 2ª parte)

(Árbol Sefirótico de Knorr de Rosenroth, aparecido en su Cábala Denudata (1.677). El Zodíaco aprovisiona los Séfiras y advierten en el triple Abismo los Desperdicios que alimentan, en última instancia, a las Bestias Feroces).

12.- El jinete del Caballo Negro representa pues el Ardor por lo Justo, nuestra capacidad de intercambiar unos valores por otros, de apreciar las equivalencias y saber lo que puede sacarse por las cosechas de nuestro mundo en el otro al cual vamos...

La cabalgata del Caballo Negro por nuestro mundo interno también producirá efectos en la vida social y nos convertiremos de algún modo en Agentes de Cambio que, al igual que los banqueros cambian euros por dólares, libras, etc., veremos acudir a nuestras ventanillas gentes que vienen a que les cambiemos los valores internos y que les facilitemos la moneda en curso en ese otro universo. Ser factor de cambio es uno de los papeles que tenemos que interpretar. Tenemos que ser ese jinete que va por el mundo con la balanza, símbolo del signo de Libra, que supone haber salido de la división creada por la emotividad para entrar en el universo unitario. Mejor ser factor de cambio cuando el viejo mundo no ha entrado aún en crisis. Porque al serlo en la hora final, en el momento crítico, se nos puede acusar de traficar con la emigración. Ahora hay en el mundo muchos emigrantes, gentes que van de un país a otro, de un continente a otro, y ello es síntoma claro de que el Apocalipsis se está gestando

Apocalipsis, el camino del conocimiento (6, 1ª parte)


1.- "Estaba mirando cuando el Cordero abrió uno de los siete sellos y había uno de los cuatro vivientes que decía como de una voz de trueno: ¡Ven! Miré y he aquí que ha aparecido un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco; le fue dada una corona, y partió vencedor y para vencer". (Apocalipsis VI, 1-2)...

Con este 6º capítulo, consagrado al Phe y al Vav, empieza la fiesta. Comienzan a correr esos 4 Caballos que, traspasando los confines del mundo sagrado, han cabalgado en las novelas, en el cine, los pintores los han inmortalizado en sus lienzos y se han establecido en el lenguaje coloquial. ¿Quién no ha oído hablar alguna vez de los cuatro jinetes del Apocalipsis? Al sondear el misterio de ese 6º capítulo de la Revelación de Juan, que es al mismo tiempo el misterio de la letra Phe de retorno y de la lámina 17 del Tarot, debemos empezar por entender lo que representa el Caballo.

Si acudimos a los Mitos, que son relatos inspirados por las entidades divinas, como lo es el Apocalipsis, vemos que el Caballo es un don de Neptuno-Poseidón. Nos dice la crónica mitológica que cuando la diosa Atenea y el rey del Mar competían por obtener el patronazgo de la ciudad de Atenas, Neptuno hendió la Tierra con su tridente y de esa herida apareció un Caballo, que era la ofrenda del Dios a la ciudad. Perdió sin embargo la competición, pero ahí quedó el caballo que, desde entonces, estaría presente en todas las guerras

Apocalipsis, el camino del conocimiento (5, 2ª parte)

12.- Vemos en este punto de la Enseñanza como el que es encontrado digno de abrir el libro tiene el aspecto de un "cordero como inmolado". Difícilmente hubiese podido encontrarse una imagen más perfecta para describir a ese ser que ha decidido pasarse al otro continente espiritual.

En efecto, hemos visto, cuando nos hemos referido al signo de Aries, tanto en las lecciones de Astrología como de Evangelios, que es la puerta de comunicación entre la divinidad y el hombre. De Aries nos viene el Designio del Ego, de nuestra divinidad personal, y el signo de Aries es representado por un cordero. Es el Cordero Divino que, al ser sacrificado, salva de la muerte... Así le sucedió, recordémoslo, al Pueblo Elegido que, cuando se disponía a salir de Egipto, se salvó del Ángel de la Muerte gracias a la sangre del cordero que embadurnaba las puertas de sus moradas. La inmolación de esa fuente de energía cósmica y su absorción por nuestra parte, nos permite seguir viviendo y nos permite alejarnos de las tierras de la esclavitud, escapando a la autoridad de ese Faraón interno que nos obliga a realizar duros trabajos sin esperanza de recompensa.

El sacrificio del Cordero de Aries significa para nosotros cargarnos de Voluntad, atributo de Kether-Padre-Ego y es esa Voluntad la que pone en movimiento

Apocalipsis, el camino del conocimiento (5, 1ª parte)


1.- "Entonces percibí a la derecha del que estaba sentado en el trono, un libro enrollado, escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Vi un ángel poderoso, que pregonaba a grandes voces: ¿Quién es digno de abrir el libro y de quebrar sus sellos? Y nadie podía, ni en el cielo ni en la tierra ni en el abismo, abrir el libro y leer su contenido. Y yo lloraba amargamente porque ninguno era hallado digno de abrir el libro y de leerlo. Uno de los ancianos me dijo entonces: Deja de llorar, porque el león de la tribu de Judá, retoño de David, ha salido victorioso y él será quien abra el libro de los siete sellos". (Apocalipsis, V, 1-5)...

2.- En este 5º capítulo de la revelación de Juan entra en acción el Tsade, puesto que las fuerzas se activan en orden inverso del Tav hasta el Aleph. Pero como todo lo que lleva el número 5 le corresponde por derecho propio al He, también esta fuerza se encuentra activa. Ya sabemos que el He preside toda interiorización, todo secreto, mientras que el Tsade representa lo Establecido, lo que hemos Escrito a lo largo de nuestras vidas

Apocalipsis, el camino del conocimiento (4, 2ª parte)

12.- Pero del Trono salen también voces, o sea, Palabras. La divinidad interna habla a su personalidad mortal. Si ésta le entiende y la atiende, ya no tendrá necesidad de manifestarse más que con la Palabra.

En las obras sacras el Diablo aparece siempre en medio de rayos y truenos, en una formidable tempestad y es que, como ya sabemos, él administra las energías desperdiciadas, y precisamente cuando el Ego habla con rayos y truenos, se desprende de él tan formidable potencial energético que nuestra personalidad humana no es capaz de interiorizar. Los perros (los bajos instintos) encuentran en él alimento abundante y por ello se sienten vivir en la tempestad...

La tempestad (la crisis) aparece en nuestras vidas cuando el Ego tiene que decirnos a gritos lo que no entendemos con palabras normales. Entonces los elementos se desencadenan y todo se derrama sobre nosotros con exceso. Ello nos obliga a sacar el Valor que tenemos dentro y que sólo aparece en las emergencias. Pero a pesar de todo, a pesar de actuar con fuerzas centuplicadas, achicando agua o apagando fuego, la abundancia de alimentos divinos

Apocalipsis, el camino del conocimiento (4, 1ª parte)


1.- “Después de esto, miré y he aquí que una puerta estaba abierta en el cielo. La primera voz que había oído, semejante al sonido de la trompeta, y que me hablaba, dijo: Sube aquí y yo te haré ver las cosas que han de acaecer después de éstas. Luego, fui arrebatado en espíritu y vi un trono establecido en el cielo, y en ese trono alguien estaba sentado. El que estaba sentado tenía el aspecto de la piedra de jaspe y de la sardónica. El trono estaba rodeado de un arco iris semejante a la Esmeralda. Alrededor del trono vi otros 24 tronos y en ellos estaban sentados veinticuatro ancianos, revestidos de vestiduras blancas y llevando unas coronas de oro en sus cabezas”. (Apocalipsis IV, 1-4)...

2.- Así empieza el 4º capítulo del Apocalipsis. En los tres capítulos anteriores, Juan ha trascrito las siete cartas que Cristo le ha dictado, dirigidas a los ángeles de los 7 Centros que trabajan en nuestra naturaleza interna en la elaboración de ese edificio que se llama ser humano. Después de la Palabra, Juan recibe la visión.

Todo comienza con una puerta abierta en el cielo. Es la puerta que un día ha de abrirse en nuestra naturaleza interna, cuando hayamos dado una respuesta adecuada

Apocalipsis, el camino del conocimiento (3, 2ª parte)


12.- En un horóscopo, la relación de Mercurio con Venus y con el Sol (la relación significa la distancia en grados, que en astrología se llama aspecto) nos indicará en qué punto de los Trabajos se encuentra nuestro Filadelfia interno. Si en la relación Mercurio-Sol, el Sol va a Mercurio, diremos que Cristo-Tiphereth va a resucitar al Hijo de la Viuda, o sea, va a Abrir la Puerta. Como Mercurio no se separa nunca más de 30 º del Sol, esto significa que, por progresión, el Sol habrá alcanzado a Mercurio en el año 30, como máximo, de la vida del individuo...
De modo que esta resurrección del constructor del Templo Crístico es algo que nos sucede a todos, porque todos estamos viviendo en Tiempo Crístico. Los que en su Horóscopo tienen a Mercurio antes que el Sol, ello indica que el camino ya está abierto y que por consiguiente puede "convertir" a esos judíos internos que no lo son desde el comienzo de su vida.

La relación Mercurio-Venus indicará si Mercurio está dándole a Venus idea de cómo mejor utilizar sus muertos, para que encuentre placer y satisfacción, o si está poniendo su ciencia a disposición de Venus para la exploración del mundo de arriba. (Todos estos aspectos se ven al realizar el Árbol de la Vida Personalizado).

13.- La hora de la tentación va a venir

Apocalipsis, el camino del conocimiento (3, 1ª parte)

1.- "Escribe al ángel de la Iglesia de Sardos: He aquí lo que dice el que tiene los 7 espíritus de Dios y las 7 estrellas: Conozco tus obras. Sé que pasas por ser vivo y que estás muerto. Sé vigilante y da firmeza a lo que te queda que está a punto de morir. No he hallado tus obras perfectas ante mi Elohim. Recuerda pues lo que has recibido y oído, guárdalo y arrepiéntete. Si no velas, vendré como un ladrón y no sabrás a que hora vendré sobre ti. No obstante, tienes en Sardos algunos hombres que no han manchado sus vestiduras; ellos andarán conmigo en sus vestidos blancos, porque son dignos de ello.
El que venciere, será revestido así del vestido blanco; no borraré su nombre del libro de la vida y daré testimonio de su nombre ante mi Padre y ante sus mensajeros. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (Apoc. III, 1-6)...


2.- La Iglesia de Sardos que todos llevamos dentro es la constituida por Netzah-Venus (el séfira que simboliza la armonía, la belleza, los sentidos), ese Lucero del Alba que debería iluminar nuestras mañanas pero su luz suele pillarnos dormidos, y si estamos despiertos en la alborada, es por las necesidades de la jornada laboral y no por atender su mensaje.

Hemos dicho muchas veces a lo largo de esta Enseñanza, que en las dos primeras horas de luz solar

Apocalipsis, el camino del conocimiento (2, 2ª parte)

12.- Tendremos así que cuando Hesed-Júpiter edifica en nosotros la Iglesia llamada Esmirna, está construyendo algo que caerá inevitablemente en manos de un usurpador o de un virrey que la dirigirá desde fuera o con criterios de uno que está fuera.

Ya sabemos que Júpiter representa el Poder en su vertiente ejecutiva, de modo que de Esmirna nos vienen las decisiones que afectan la totalidad de nuestra existencia, porque de lo que se decida allí dependerá la inclinación que demos a nuestra vida. Pero ese poder está sometido a una Ley dictada por Binah, de modo que el único poder es el de interpretar una ley con más o menos generosidad...

Si Júpiter pudiera hacer realmente esto, ya sería mucho. Pero resulta que en el momento de ejecutar, aparece el experto, el representante de la sinagoga de Satán, que le dice al legítimo ejecutor: déjame a mí, que yo sé de que va, y es él quien ejecuta.

En el período involutivo, Hesed-Júpiter ha sido un reino usurpado, violado, desnaturalizado, en el que su verdadero príncipe ha vivido en el exilio, la tribulación y la pobreza, siendo potencialmente un hombre rico. Pablo se lamentaría

Apocalipsis, el camino del conocimiento (2, 1ª parte)


1.- "Escribe al ángel de la Iglesia de Efeso: He aquí lo que dice el que tiene las 7 estrellas en su mano derecha, el que anda en medio de los 7 candelabros de oro: Conozco tus obras, tu trabajo y tu paciencia. Sé que no puedes soportar a los malvados, que has puesto a prueba los que se dicen enviados y que no lo son en realidad, y tú los has encontrado mentirosos. Sé que has perseverado y que has sufrido a causa de mi nombre y que no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado lo que fue tu primera caridad. Recuerda el punto en el que te caíste, arrepiéntete y vuelve a la práctica de tus primeras obras, porque si no, iré a ti y quitaré la lámpara del lugar en que se encuentra, a menos que te arrepientas. No obstante, hay en ti de bueno que odias las obras de los nicolaítas, obras que yo aborrezco también. El que tenga oídos para oír oiga, lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Al vencedor, le daré de comer del Árbol de la vida que se encuentra en el paraíso de Dios". (Apocalipsis, II, 1-7)...

La Iglesia objeto de esta primera epístola, es la formada por Saturno-Binah (Binah es el tercer centro del Árbol de la Vida y se ocupa de la organización y de crear un marco para desarrollar nuestro proyecto). Hemos visto en el primer capítulo que esas 7 Iglesias de Asiah, a las que Juan debe enviar su visión, eran los 7 estados de conciencia formados en los seres humanos por los 7 planetas o Espíritus ante el Trono. En efecto, en el estadio evolutivo

Apocalipsis, el camino del conocimiento (1, 2ª parte)


12.- Al referirnos a las letras hebraicas, hicimos notar algo sobre lo cual se han manifestado repetidamente los cabalistas, y es la doble naturaleza del Aleph. Por un lado, es la fuerza universal que da vida a todo, es el chorro de la Voluntad de Kether, gracias a la cual el mundo existe cuando se interioriza en el Beith. Pero el Aleph puede significar la muerte cuando aparece de pronto en mitad de un organismo incapaz de soportar la explosión de vida que lleva consigo. Por ello se dice que el Aleph es Vida-Muerte-Vida. En el nombre divino de Sabaot, vemos que el Aleph aparece encerrado en mitad de las fuerzas que lo constituyen y, tal como lo vemos en los sucesivos capítulos del Apocalipsis, la llegada de Sabaot y el establecimiento de sus poderes supondría la Vida Eterna para unos y la Muerte para otros...

Juan Termina así su Introducción, con el anuncio de la llegada del Elohim-Sabaot, traducido convencionalmente como el Todopoderoso, en representación del primero y del último y de todos los Dioses-Estados intermedios que expresan los distintos Rostros de una sola divinidad.

13.- "Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el Reino y en la paciencia de Jesús, hallándome en la isla de Patmos, por la palabra de Dios

La Maleta 10 (la oficina)

(Capítulo V, 2ª parte). José montó en la bicicleta y se alejó del albergue a toda velocidad.

No había anochecido completamente cuando alcanzó la muralla exterior. Sin embargo, el tiempo empleado para ir en bicicleta del albergue a la muralla, resultaba muy inferior al que necesitó el jeep en su viaje de ida. Pudiera ser que antes de cruzar la puerta el jeep hubiese dado un largo rodeo... Era preciso verificarlo y José escaló la muralla a fin de reconocer con sus propios ojos el lugar...

Desde lo alto del muro, las dudas del noble desposeído cesaron. En la explanada que se abría podían percibirse los alambres que desembocaban en la falsa puerta de peatones, e incluso seguir la trayectoria de esos alambres, que después de extenderse en línea recta, paralelos al camino, se cerraban en triángulo sobre el muro lateral en que se encontraba José. Seguían después toda una serie de pequeños triángulos de alambre, que encontraban su línea de base en la muralla. Todo parecía concebido para desmoralizar al buscador.

Iba a descender de su observatorio, cuando apercibió entre los alambres a cuatro hombres que se acercaban hacia él. Imposibilitados de avanzar en terreno libre, los cuatro hombres cruzaban los alambres que formaban los triángulos con una energía a prueba de fe.

José se sintió inmediatamente solidarizado con ellos y los hubiera llamado, de no haber sido descubierto por el que iba en cabeza de la expedición. Era el mas joven de los cuatro y pareció turbado al verle.

- ¿Qué es lo que buscáis? – les preguntó José, tratando de dar a sus palabras una entonación amable.
- Quisiéramos entrar al servicio del Sr. Barón - explicó el joven.- Pero tenemos la impresión de que nos hemos perdido.
- Nos han dicho que aquí dan trabajo a todos - añadió otro de los hombres, buscando confirmación.
- Sin duda habéis entrado por la puerta de peatones - inquirió el noble.
- Si.
- Claro. Es una puerta falsa.
Los cuatro hombres quedaron inmóviles y sin comprender.
- ¿No habéis sido llamados al servicio del Sr. Barón, verdad? - continuó José aún sabiendo la respuesta.
- No - respondió el más joven con cierta turbación.
- Aquí dan trabajo a todos - aventuró con el aplomo que le daba el hecho de encontrarse del otro lado de la muralla - pero a condición de haber sido llamados por los servicios del Sr. Barón.
Hubo un momento de silencio. Los cuatro hombres parecían reflexionar.
- No es eso lo que nos han dicho - objetó finalmente el mas joven.
- ¿Quién os ha dicho y donde?
- En la posada del pueblo. Uno de los servidores del Sr. Barón nos ha asegurado que aquí encontraríamos fácilmente trabajo y que lo daban a todo aquel que lo solicitara.
- ¡Otra vez los malditos reglamentos! - murmuró José para sí - y añadió en voz alta: - Pero no les han dicho que sin ayuda no lograrían jamás hallar al jefe de personal, a quien debían solicitar un empleo.
Los cuatro hombres lo escucharon desconcertados y José, en tono dogmático añadió:
- La puerta por la que habéis pasado es una puerta falsa, que no conduce a ningún sitio. Si perseveráis en este camino, la falta de resultados prácticos acabara desalentándoos y renunciareis a entrar en el servicio del Sr. Barón.

Los hombres se miraron como consultándose sobre la actitud a adoptar.
- ¿Qué debemos hacer? - acabó preguntando el joven, que ejercía las funciones de portavoz del grupo.
- Un solo camino os es abierto: tomar la Residencia por asalto - afirmó José, recordando el consejo que le diera Tuliferio-camarero con respecto al Hotel de Extranjeros.- Si lográis penetrar por medios propios en el interior, os encontraréis ya en el mundo de los servidores y habréis adquirido implícitamente derechos de permanencia.

- Yo puedo ayudaros a atravesar la muralla - añadió.- ¿Alguien de vosotros tiene una cuerda?
Uno de ellos tenía una cuerda y José los ayudó a subir a lo alto del muro. A medida que iban subiendo, José se sentía crecer en importancia. El servicio que prestaba lo henchía de orgullo y no se explicaba como pudo, momentos antes, huir del monstruo de manera tan ridícula.
Cuando los cuatro hombres estuvieron del otro lado de la muralla, estrecharon, agradecidos, la mano de su protector.
- Tu nos has ayudado en algo muy importante para nosotros - le dijeron - y nos tendrás siempre a tu servicio, estemos donde estemos.

El hecho de haber encontrado cuatro servidores de improviso, desencadenó el optimismo de José. ¡Cuatro servidores! Este era el camino que conducía a la recuperación de sus atributos de nobleza. Los servidores son elementos fundamentales para todo noble.
- ¿Qué debemos hacer ahora? Guíanos - le pidieron sus protegidos.
- Tendréis que esperar aquí a que amanezca. Os falta traspasar el muro interior, que ni siquiera yo mismo he pasado. Acostaos sobre el césped por esta noche y mañana hablaré de vosotros al señor jefe de personal para que os dé el empleo al que ya tenéis derecho.
Los cuatro servidores le hicieron una reverencia, conmovidos por las palabras de aliento de su protector.
- Te esperaremos aquí sin movernos y no obedeceremos a nadie más que a ti - dijeron los cuatro a coro.
- Perfectamente. Mi nombre es José. Si un emisario viene de mi parte, no le obedezcáis, amenos que pronuncie esas palabras de consigna: "José os llama".
Dicho lo cual, el noble preparó la bicicleta para partir.
- Tengo que irme - dijo.- Alguien me espera en el albergue - y saludando con el brazo a sus cuatro servidores, se alejó pedaleando por la explanada desierta.

Era ya de noche, pero la luz de la luna llena le permitía a José seguir el surco que dejaran las ruedas de su bicicleta en su viaje de ida, orientándose así de manera segura hacia el albergue. Cuando lo apercibió en la lejanía, con sus ventanas iluminadas, se apeó de su bicicleta y prosiguió el camino a pié.
El encuentro decisivo con el monstruo iba a tener lugar y José trato de prepararse interiormente, de comprender la esencia de aquella horrible criatura que le diera cita en el umbral de la Residencia del Sr. Barón.

La imagen del monstruo cobró vida en su espíritu y de esa visión mental, José retuvo detalles que se le habían escapado en los contactos reales. En primer lugar, el monstruo tenía exactamente su estatura. Su cuerpo y el de José parecían salidos del mismo molde, exceptuando los brazos y el busto. Luego existía la rara coincidencia de que ambos llevaran idéntico nombre.

Pero lo mas desconcertante no eran esas similitudes de tipo físico, sino la impresión sentida por José de que, a pesar del horror que le inspiraba, el monstruo tenía para él algo de familiar, inexpresable, ungido a las más profundas capas de su ser. Ya antes había experimentado semejante sensación con los Tuliferios, pero a éstos los veía como entidades externas a él, como amigos de otros tiempos; mientras que al monstruo, lo sentía oriundo de su propio interior, confundido, identificado a su propia personalidad o, más exactamente, como si él fuera su creador, el motor interno que impulsara el monstruo a burlarse de sus víctimas y a perseguirles, el generador de su pus.

Era como si todo lo que José aborreciese y odiase se encontrara encarnado en el monstruo; como si todas las lacras que a lo largo de su vida preservara cuidadosamente en su interior, procurando que no fueran apercibidas por las gentes que lo rodeaban, se encontraran puestas en relieve en la horrible figura del guardián del albergue.

Sí. Sin duda aquel era su monstruo. El que había ido edificando pacientemente en sus horas de inconsciencia y que, sin quererlo reconocer, formaba parte de su alma. El monstruo que no puede permanecer eternamente ignorado en el inconsciente y que un día u otro surge, irrumpiendo en vuestro mundo real, obligándoos a enfrentaros con él para que de esta lucha surja la conciencia de los actos que engendraron a la criatura deforme.

José se hallaba presto para la prueba. Iría a él y lo estrecharía entre sus brazos, se frotaría contra su piel, para que la suciedad y las lacras se adhirieran a su cuerpo.

El lo había engendrado y él destruiría su monstruosidad. Se adentró en las ruinas del albergue, pisando fuerte, a fin de que el guardián se apercibiese de su presencia. Nadie acudió a recibirle. Sólo las cucarachas y las lagartijas que habitaban en la hiedra parecieron sensibles a la presencia de José.

Las luces encendidas lo guiaron a través del caserón, desembocando finalmente en una habitación mejor guarnecida que las demás, en la que figuraban dos camastros. En uno de ellos se hallaba el monstruo completamente dormido.

José se quitó los zapatos para no despertarlo con el ruido de los tacones y desvistiéndose rápidamente, se metió en la cama. No esperaba salir tan bien librado del trance y sin mas incidentes pudo conciliar un sueño que momentos antes le pareciera difícilmente realizable.

Sin embargo, apenas liberado del monstruo en el mundo físico, éste hizo su aparición en el reino de los sueños, donde las posibilidades de angustiarse son mucho mayores.

José soñó episodios de su vida que ya tenía olvidados y en cada una de esas secuencias surgía, inexplicablemente, el monstruo, como si fuera absorbiendo vida en cada una de las anécdotas. El noble durmiente se agitaba, como para desprenderse de semejantes pesadillas que lo aterrorizaban, desposeído de su facultad de raciocinio, que pudiera haberle servido para comprender la situación y aceptarla.

La noche transcurrió rica en acontecimientos angustiosos en el mundo interior de José y al despertar con las luces del día, el hombre constató que el monstruo había desaparecido de la habitación.

Se levantó lleno de sudor frío y se sumergió desnudo en una cascada de agua que manaba de una rocas, sobre las que se sostenía el albergue. El contacto con el agua fría cambió su humor y regresó al albergue en espera del chofer del jeep, que debía conducirle en presencia del jefe de personal.

Desde la ventana más alta, José oteó el horizonte. Más allá de la muralla interior, resplandecían al sol las azoteas de lo que debía ser la Residencia del Sr. Barón. Esta visión anticipada del lugar que iba a constituir su campo de evolución, produjo en todo su cuerpo un estremecimiento emocionado. De aquel punto de mira, no le era posible percibir la estructura del edificio, pero José lo imaginó de una belleza deslumbrante, semejante a las ilustraciones de unos cuentos orientales que recordaba de su niñez.

Al poco rato, la nube de polvo con que solía envolverse el jeep le oculto toda visión. José descendió rápidamente para acoger a su introductor.

- En las oficinas le esperan - le dijo el chofer a guisa de saludo, sin detener el motor.- Suba.
José obedeció y un instante después el jeep atravesaba la puerta de la muralla interior de la Residencia del Sr. Barón.
Lo distinto de aquel mundo en que acababa de penetrar saltaba a la vista. Mientras en el exterior la tierra era rústica, casi yerma, de murallas para adentro todo resultaba fecundo y acogedor. La hierba crecía salvaje en ambos lados de la carretera asfaltada por la que transcurría el jeep. Aunque a José le chocó el hecho de que toda aquella extensión no fuera cultivada.
- ¿Es que aquí nadie se dedica a la agricultura? - preguntó a su introductor.
- ¡Qué quiere Vd.! - respondió el chofer - falta de brazos. A pesar de ser numerosos los servidores del Sr. Barón, no son suficientes para realizar todo el trabajo que sería necesario para la buena marcha de la empresa.
- Es una pena - comentó José.- Esta tierra parece ser fecunda y si se cultivara, representaría una gran economía para la Residencia. ¿Cree Vd. que en el pueblo no se encontrarían obreros?
- Mas de los necesarios sin duda - asintió el chofer - pero pocos que aceptaran el régimen de comunidad a que vienen sometidos los servidores del Sr. Barón. Ya sabe Vd. que para trabajar aquí es indispensable recibir una llamada de las oficinas y para que esa llamada se produzca es indispensable también que exista el deseo previo de laborar aquí por parte del futuro obrero.

- Un círculo vicioso - filosofó José.
- Si. Tal vez el reglamento peca de complejo. Pero aún así, de puertas para dentro las cosas no van a veces como sería de desear... ¡Imagine lo que ocurriría si dieran facilidades...!
- De esta forma el desarrollo es más lento, pero sin lugar a dudas más seguro - afirmó el noble.- Desde abajo, vemos siempre las cosas con impaciencia y exigimos resultados rápidos; pero contemplado desde arriba, el tiempo debe tener un valor completamente distinto.

- Así debe ser - asintió el chofer.- esta muralla interior es provisional y la muralla exterior también lo es. Día vendrá en que esa campiña exuberante será cultivada; el campo yermo se convertirá en fecundo y el dominio del Sr. Barón se expansionará por el pueblo. Las murallas caerán y ya no habrá diferencia entre ellos y nosotros, absorbidos todos en el seno de esta gran empresa.

José compartía emocionalmente el lirismo del conductor. Siempre se había sentido atraído por un ideal de unidad cósmica, que englobara a todo el universo en un solo sistema económico, un único sistema de convivencia que emanara de una sola filosofía. La Sociedad Anónima, a cuyo Presidente General iba a servir, aún sin conocerla en sus detalles, le parecía reunir las condiciones para la realización de ese ideal.

Un frenazo brusco cortó en seco esas divagaciones. El coche se había detenido en una explanada, frente a un viejo edificio que, visto del exterior tenía la apariencia de un hospital o un cuartel.

- Hemos llegado - anunció el chofer.
El rostro de José registró cierta decepción. Las imágenes que se imprimían en su retina no se ajustaban a los clisés que él mismo impresionara en su imaginación. A ambos lados del edificio cuartel u hospital se extendían unos hangares, incalculablemente largos, que podían muy bien haber sido depósitos de mercancía o abrevaderos de vacas.
Las edificaciones eran viejas y rudimentarias y en su construcción había pasado, sin lugar a dudas, por problemas de orden financiero.

- ¿Es ésta la Residencia del Sr. Barón? - preguntó José navegando en un mar de confusiones.
- Cierto que no - replicó el chofer, riendo la incongruencia.- Estas son las oficinas.
- ¿Las oficinas de la Residencia? - quiso precisar José.
- Las oficinas de las dependencias del ala Este, que es donde Vd. ha sido afectado. La Residencia del Sr. Barón se encuentra en aquella dirección - añadió el chofer señalando hacia el Oeste.

José recordó que efectivamente Tuliferio le había hablado de las dependencias que equivocadamente imaginó anexas a la Residencia del Sr. Barón. Después de todo, ¿qué importaba la apariencia exterior? Era el trabajo que se desarrollaba dentro lo que debía importarle y, por encima de todo, su trabajo.

Ambos habían descendido del coche y el chofer condujo a José a un despacho del primer piso del edificio principal.

En el interior del edificio el ambiente cambiaba. Todo lo que tenía de sórdido visto de fuera, se transmutaba en acogedor y hogareño de puertas para dentro. No era el hogar ideal para descansar de una vida de fatigas, pero sí el lugar acogedor para hacer acopio de nuevas energías en vistas a la lucha.
Tras unos minutos en el saloncito de espera, la puerta se abrió y un hombre vestido con chaleco y en mangas de camisa, se dirigió a José familiarmente.

- Pase Vd., José, - le dijo.- Le esperábamos desde ayer.
- ¿Es Vd. el Sr. jefe de personal? - preguntó el noble, una vez en su despacho.
- No. Yo no soy más que un subsecretario. El señor jefe de personal tenía cita con Vd. ayer a las siete, amigo José - dijo en tono de amable reproche.
- Mucho antes de las siete estaba ya buscando la puerta de entrada, pero hasta por la tarde no me fue posible franquearla – se disculpó.
El subsecretario se encogió de hombros, levantando las manos al cielo como para indicar que no era culpa suya que así ocurriera.

- Por otra parte - añadió José - el guardián de la falsa puerta me dijo que le reloj del despacho del Sr. jefe de personal estaba parado a las siete y que es por este motivo que me dieron cita a una tal hora.
- ¿Esto le ha dicho? - inquirió el subsecretario, y balanceando todo su cuerpo soltó una inmensa carcajada.- Cierto que le reloj se paró a esa hora, pero se le citó a Vd. a las siete de su reloj y no del péndulo del despacho del jefe.
El hombre dejó de reír y en tono confidencial añadió:
- Puede que visto del exterior se tenga la impresión de que las cosas lo mismo pueden ocurrir en un momento que en otro; pero no es así. Nos regimos por un horario muy preciso y aunque nos servimos poco de los relojes, el tiempo es para nosotros un factor primordial. Ya se irá Vd. dando cuenta de ello.
- El señor jefe de personal - prosiguió - sólo podía recibirle ayer a las siete. A efectos de su trabajo aquí, da lo mismo que lo reciba o no porque yo puedo darle todas las indicaciones que necesite. Pero a Vd. le hubiera interesado sin duda hablar con él de sus asuntos personales. Me refiero concretamente al objeto de su propiedad que lo ha traído hasta aquí.

Era evidente que el subsecretario se refería a la maleta y José se alegró de poder hablar de ello de manera franca.
- No quiero ocultarle que una de mis esperanzas al venir aquí, es la de poder entrevistarme, en momento oportuno, con el Sr. Barón respecto a la recuperación de mis papeles de nobleza.
- En esto no puedo serle de ninguna utilidad, ya que es el jefe de personal quien regula las relaciones de los servidores con el Sr. Barón.
- ¿Y cuando podré ser recibido por el Sr. jefe de personal?
- Tampoco sabría decírselo. Ya le he dicho que el tiempo es para nosotros un factor esencial. Cuando el tiempo sea propicio a este encuentro, será Vd. citado.
- El argumento era nuevo para José, quien quiso llegar al fondo del problema.
- Bueno - replicó, - según Vd., ¿cuando será el tiempo propicio?
- Lo ignoro - contestó el subsecretario.- Y el jefe de personal lo ignorará también. Es la Agencia que dirige el Sr. Barón la que se encarga de avisarnos cuando el tiempo es propicio para la realización de cualquier cosa.
- Entonces, el Sr. Barón lo sabe - aventuró José, ya en un terreno que escapaba a su comprensión.
- Lo sabe... - dijo el oficinista - como sabemos que África existe, sin que ese conocimiento nos inquiete lo más mínimo. Son los empleados de la Agencia quienes nos pasan las órdenes.

Por el momento, José renunció a profundizar. Se hallaba en el camino y debía preocuparse en afianzar su situación en el punto alcanzado. La ocasión de avanzar ya le sería dada en el futuro. Así pues, el noble desvió voluntariamente la conversación.
- Antes que otra cosa - dijo, - debo poner en su conocimiento que ayer ayudé a cuatro hombres a franquear la muralla exterior de la Residencia. Habían penetrado por la falsa puerta y buscaban desesperadamente la entrada verdadera. Yo tomé la responsabilidad de ayudarles y querría saber si es posible emplearles en cualquier menester.
- En efecto, nuestros aparatos de seguridad registraron ayer la presencia de cuatro intrusos - informó el subsecretario.- Supuse que había sido Vd. el responsable de su entrada clandestina ya que es raro que alguien tome por asalto la muralla si carece de ayuda. Pero Vd. ignora seguramente la responsabilidad en que ha incurrido al cometer una tal acción.
- Si he obrado mal, soportaré las consecuencias - respondió José con entereza.
- Sólo el futuro podrá decirnos si ha hecho bien o mal, ya que de acuerdo con nuestros reglamentos, en lo que respecta a su trabajo en la Residencia, Vd. se ha encadenado a la vida de esos cuatro individuos. Ellos formarán con Vd. un equipo de labor, del cual será Vd. el jefe. La responsabilidad de sus errores recaerá pues en gran parte sobre Vd. y también participará en sus triunfos si los hay.
El subsecretario se acercó a José y poniendo amistosamente la mano sobre su hombro, añadió:
- Su labor en la Residencia empieza teniendo que soportar la carga de cuatro hombres. Ello delata en Vd., sea consciente o no de hecho, una fibra de líder. No le faltarán ocasiones de escalar puestos más altos, pero el peligro de hundirse se multiplica por cuatro. Sólo puedo decirle que le deseo suerte y valor.

Así fue como el noble José, gracias a un acto dictado por su corazón, se vio convertido en jefe de grupo. El subsecretario de la oficina de personal le señaló la habitación en las dependencias de servidores y más tarde sus cuatro subordinados se presentaron ante él, acompañados del subsecretario.
- He aquí sus hombres, José - le dijo.- Deberán compartir su habitación a fin de que no escapen a su control ni de día ni de noche. Su autoridad sobre ellos es total y no debe vacilar en castigarles si su comportamiento lo merece.
Luego, dirigiéndose a los cuatro, añadió:
- He avisado al economato que os den colchones y mantas. Id a por ellas, rápido.
Los cuatro salieron como una exhalación. El subsecretario, antes de desaparecer, habló de nuevo a José.
- Mañana a primera hora pasa por mi despacho. Visitaremos las naves de trabajo y le indicaré en que consistirá su labor.
- Muy bien. Estaré en su despacho.

Los dos hombres se estrecharon la mano y José quedó solo en una habitación que medía apenas cinco metros cuadrados y en la que debían dormir cinco hombres.
Sus cuatro ayudantes no tardaron en aparecer cargados con los colchones y las mantas. Una vez extendidos por el suelo, en la habitación no quedó ni un centímetro de espacio vacío.
Pero a todos les animaba un espíritu de superación que se negaba a reconocer las dificultades. Por otra parte, los cuatro ayudantes, cansados después de la noche pasada a la intemperie, apenas preparadas las camas, no resistieron largo tiempo al sueño.
Sólo José, acostado en el lecho, permanecía despierto, meditando en retrospectiva la lección que cabía extraer de los acontecimientos de la jornada.
Kabaleb

La maleta 9 (el monstruo)

(Capítulo V (1ª parte). José anduvo toda la noche sin experimentar el menor cansancio. Mientras andaba, recorría mentalmente las distintas etapas de su vida y se hacía el propósito de ser más útil a sus semejantes en el porvenir.

En las primeras horas de la noche, le fue difícil encontrar la pista de la Residencia del Sr. Barón, pero al comenzar el nuevo día, un camión, con el sello de la Residencia le dio el primer indicio serio sobre la dirección que debía tomar. El resto lo hizo su percepción interior, guiándose por la imagen que se hacía de la mansión, tal como se presentan las cosas en el mundo de los sueños...

Al amanecer, José se encontraba ya muy próximo a su destino, dándole la medida de su proximidad el desfile constante de camiones que, procedentes del mercado central, efectuaban el servicio de abastecimiento de la Residencia y sub dependencias anexas.

Por fin alcanzó la muralla exterior de la Residencia, una de cuyas paredes se extendía paralela al camino que seguía. Después de recorrer unos centenares de metros de esta inacabable muralla, José se encontró ante la puerta, por la que iban entrando los camiones.
José entró, pero un hombre fornido, equipado con un mono azul y una camisa caqui, le cortó el paso.

- ¿Qué desea? – le preguntó en tono severo.
- ¿Es ésta la Residencia del Sr. Barón? - inquirió José.
- Es ésta. Pero esta puerta sólo es accesible a los coches – le informó.- La puerta para los peatones se encuentra un poco más allá, en línea recta.

José saludó y prosiguió el camino que le indicara el empleado. Sin embargo, una cosa le extrañó. En el interior de la muralla, ninguna edificación era visible desde la puerta de coches. Sólo una explanada inmensa, desprovista de árboles y vegetación. Sin duda alguna, aquella muralla constituía un simple límite de propiedad y la Residencia debía encontrarse aún muy lejos de allí.

José anduvo más de un kilómetro sin que la puerta de peatones apareciera por ningún lado. La muralla lisa y sin fisuras proseguía mucho más allá del alcance de su vista. Siguió andando; un poblado había sucedido al anterior y sin embargo la muralla seguía inacabable.

Finalmente alcanzó uno de sus ángulos, sin que la puerta de peatones apareciera por parte alguna. El empleado le indicó que siguiera en línea recta, pero si tal hacía, le era forzoso abandonar el muro, que se extendía ahora a través del campo desierto. Por otra parte, unos alambres seguían paralelos al camino, como una prolongación provisional de la muralla que hasta entonces José había fielmente recorrido.

Cierto que los alambres permitían holgadamente la entrada de un hombre en la propiedad privada, pero José se dijo que habiendo sido aceptado para trabajar al servicio del Sr. Barón, no tenía porque violentar su propiedad, aunque se tratara de forzar la entrada de un campo aparentemente rústico y sin importancia.

Siguió pues el alambre y varios villorrios se sucedieron, del otro lado de la carretera, antes de que la puerta de peatones apareciera. Se trataba de una simple caseta y una columna de yeso, que abrían una intermitencia en el alambre. Un hombre uniformado de azul, sentado en una silla de mimbre, completaba el modesto cuadro.

- ¿Es ésta la entrada de peatones de la Residencia del Sr. Barón? - preguntó José al anciano conserje.
- Esta es. ¿En que puedo servirle? - inquirió el hombre.
- He sido llamado al servicio del Sr. Barón - explicó José.- El jefe de personal me espera esta mañana. Me ha dado cita a las siete...
El conserje se levantó, dirigiéndose al interior de la caseta.
- Voy a comprobar si es cierto - dijo.
Descolgó el teléfono y dando vueltas al manubrio de llamada, esperó la respuesta de las oficinas. Esperó mucho tiempo. Sin duda las oficinas estaban desiertas.

- Se interesan poco por las llamadas procedentes de la puerta - comentó el conserje mientras esperaba.- Si se les llamara del interior, habría que verlos correr.
Por fin obtuvo contestación y la personalidad de José fue reconocida.
- Ya puede Vd. entrar.
José exhaló un suspiro de alivio. Pero la muralla había desaparecido del alcance de su vista y al cruzar la puerta de peatones, creyó oportuno preguntar al conserje qué camino debía seguir.

- Espere el jeep - le contestó - ya que esto no es ninguna puerta y por aquí no se va a parte alguna. La única puerta que tiene acceso a la Residencia es la de coches.
- Entonces, ¿por qué me han dirigido hacía aquí? – se indignó José, - ¿he sido acaso víctima de una broma?
- Yo no sabría decirle – se disculpó el conserje. - Llevo ya años guardando esta falsa puerta. Tal vez se proyectara en un principio abrir aquí una verdadera puerta y en consecuencia se instaló a un portero, y luego ese proyecto fuera abandonado y se me dejara aquí por lástima de despedirme. Tal vez lo hayan hecho para despistar a los numerosos aspirantes al servicio el Sr. Barón, quienes al no encontrar la puerta de entrada, acaban cansándose de dar vueltas y se marchan, renunciando a su propósito.

- Si, debe ser eso - reflexionó el hombre, sentándose de nuevo en su silla.- En las horas que paso aquí solo, me pregunto muchas veces cuál es mi función. A veces mi respuesta parece satisfacerme y otras no. A veces creo que mi labor es útil al indicar falsas puertas a los que vienen sin ser llamados y otras veces pienso que esas mentiras acabarán perjudicándome. Pero no sé... No sé porque estoy aquí...

José no insistió más y se sentó en el suelo en espera del jeep. No obstante, el conserje continuó expresando en voz alta sus dudas.
- ¿Por qué? Por qué habrán construido esa puerta que no conduce a ninguna parte y, sobre todo, ¿por qué, mandan aquí a los llamados, si saben que no podrán entrar? Y yo, ¿qué hago? ¿Qué represento? ¿En qué soy útil?

José no intentó responder a tales interrogantes. Su encuentro con el guardián de la falsa puerta le confirmaba en su idea de que la vida en la Residencia estaría llena de dificultades. Sin lugar a dudas, vivir cerca del Sr. Barón y servirle no era el paraíso que parecía desprenderse del relato que le hiciera Tuliferio-cocinero en sus idas y venidas de la Interplanetaria.

Varias horas transcurrieron. El sol iba ascendiendo hacia el cenit sin que en la inmensa explanada se presintiera la llegada del jeep. José se impacientaba y de lo hondo de su ser surgía la duda de si valía la pena de ir al encuentro de tantas contingencias manifiestamente absurdas. El cansancio influía de nuevo sobre su ánimo y el calor del sol reducía su cuerpo a un estado de somnolencia próximo al abandono.

Habría quizá renunciado a su maleta de no hallarse tan próximo a la Residencia. Si renunciaba, debería regresar a la ciudad y José no se sentía con fuerzas para hacerlo. Estaba ya allí y allí quedaría esperando la llegada del jeep. Su vida estaba ya limitada y condicionada por el esfuerzo hecho la noche anterior, viéndose así impedido de hacer marcha atrás.

Esa constatación dio a José nuevas fuerzas para resistir la espera sin dormirse. Pero, se acordó de pronto que el jefe de personal, según le dijera Tulita, le esperaba a las siete de la mañana. Al no encontrarse en su despacho a esa hora, pudiera bien ocurrir que diera a otro el empleo que le reservaran.

- ¿Qué hora debe ser? - preguntó al conserje con inquietud.
- Hace ya años que se paró mi reloj, pero por lo subido que está el sol, deben estar cerca las doce.
- ¡Y mi cita era para las siete de la mañana! - se lamentó José.- Vd. podrá en todo caso decirle al señor jefe de personal que ya estaba aquí esta mañana a las siete.
- No se preocupe por eso – le tranquilzó el conserje.- El reloj del despacho del jefe de personal está también parado. Se paró un día justamente a las siete y a partir de entonces, da sus citas a las siete, queriendo indicar con ello que a cualquier momento en que le visitante aparezca, será siempre la buena hora, las siete.

La explicación satisfizo a José, quien incluso sonrió, como celebrando ese sentido del humor tan particular que era común a las gentes de la Residencia.
- Y el jeep, ¿es seguro que vendrá? - preguntó aún.
- Pasa todos los días, pero no tiene hora fija.

José suspiró y se resignó a esperar. Era evidente que en la Residencia los relojes andaban muy mal.
Por fin el jeep apareció entre una nube de polvo, justo cuando José comenzaba de nuevo a despertar.
El noble tomó plaza en el asiento trasero y saludó con la mano levantada al conserje, quien correspondió a su saludo hasta perderlo de vista en la lejanía y el polvo.
Apenas instalado en el vehículo, como el chofer no le dijera palabra, José no pudo resistir sus ganas de dormir y, acunado por el ruido del motor, cayó en un sueño profundo.

Despertó bruscamente cuando el motor del jeep se paró. Al abrir los ojos tuvo que hacer un esfuerzo para tomar conciencia del lugar en que se encontraba. A menudo le ocurría que al despertar de golpe le parecía encontrarse en su antigua patria, gozando aún de sus privilegios nobles.
Las primeras imágenes que se presentaron ante sus ojos en lo que debía ser el interior de la Residencia, fueron desconcertantes. José miró hacía el cielo, buscando una medida del tiempo transcurrido. El sol se hallaba próximo a su caída, prueba de que habían pasado varias horas desde que subiera al jeep.

El vehículo se encontraba parado delante de un viejo caserón en ruinas, cubierto de hiedra y musgo. El muro estaba perforado por numerosas grietas, recubiertas de vegetación. Unos árboles, con el tronco podrido, lo circundaban. En ningún modo podía tratarse de la Residencia del Sr. Barón. El primer pensamiento que acudió al espíritu de José fue que el chofer, aprovechando la inconsciencia de su sueño, lo había conducido a un falso lugar. El tiempo empleado en la carrera justificaba esta convicción. Por amplia que fuera la muralla exterior, resultaba inimaginable que pudieran tardarse cuatro horas para alcanzar aquellas ruinas.

El chofer del jeep no le pasó desapercibida la extrañeza de José.
- Hoy ha llegado Vd. a su destino - le dijo.
Ello hacía suponer que ese destino era provisional.
- ¿Es ésta la Residencia? - inquirió José, a fin de obtener la negativa que lo tranquilizara.
- De ningún modo - respondió el chofer con un gesto que daba a comprender la magnitud del absurdo.- Este es el albergue para los recién llegados que no pueden ser recibidos en las oficinas.
- Pero yo tengo cita con el Sr. jefe de personal - protestó José.
- Lo verá Vd. mañana. Hoy las oficinas han cerrado ya y no puede Vd. ser presentado - explicó el chofer.- Mañana a primera hora yo mismo vendré a por Vd.

José contempló el albergue visiblemente decepcionado.
- No le extrañe su estado ruinoso - dijo el chofer.- Como el albergue se utiliza únicamente para dar acogida a los servidores por una sola noche, la administración de la Residencia aplaza siempre la aplicación de las reformas que hace tiempo fueron decididas. Mañana le darán alojamiento en las dependencias. Por esta noche, espero que no la pase demasiado mal.
El chofer descendió del coche y enfrentándose con las paredes del albergue, gritó repetidas veces: "José", "José", "José".
El noble exilado se aproximo al chofer, siguiendo con inquietud esa nueva maniobra.
- No le llamo a Vd. - aclaró el chofer - sino al guardián de turno en el albergue, que también se llama José.
No tardó en aparecer entre las yedras el guardián del albergue. José no pudo reprimir un gesto de horror y de asco al ver al extraño personaje. Se trataba de un monstruo inimaginablemente horrible. Le extrañó quizá más cuando en su imaginación se había forjado la idea de que en la Residencia todo era armonía y perfección.

A medida que se acercaba a ellos, José constataba la exuberancia de su monstruosidad. Sus brazos eran largos y deformes, más parecidos a los de un gorila que a los de un hombre. Su cabeza tenía unas proporciones dobles con respecto a lo normal y en su cara no había un solo rasgo que no fuera desorbitado y caótico. Su boca se extendía casi hasta las mandíbulas y cuando reía dejaba ver unos colmillos afilados como los de un perro. Sus ojos eran grandes y purulentos y en su inmenso cogote se había instalado un furúnculo, rodeado de mugre, del que manaba abundante pus, que se empapaba en el sucio cuello de su camisa. Sus vestidos eran harapos sucios y malolientes.

El chofer, que no parecía afectado por aquella visión repugnante, hizo las presentaciones. El monstruo se mostró con José extremadamente cordial, no contentándose con apretarle la mano, que el noble le diera de mala gana, sino que se abrazó a su cuello, tan estrechamente, que José sintió correr por su piel una emanación espesa de pus.
Al noble exilado le entró un tal asco, que todo su cuerpo crispado se puso a temblar, cosa que el monstruo interpretó como una demostración de afecto, estimulando así la prolongación de la cordialidad.

El chofer tuvo que intervenir para poner fin a la escena.
- Vamos, vamos, José - reprochó al monstruo.- Nuestro amigo está fatigado y harías bien ocupándote de su alojamiento de esta noche.
El monstruo se acercó al chofer, sonriente, y señalando a José, que se secaba el cuello con un pañuelo, dijo con una pronunciación defectuosa que daba un extraño tono de burla a sus palabras:
- ¡Me ha sido simpático! - y se rió con socarronería, intentando abrazar de nuevo a José, que se refugió corriendo detrás del jeep.
- José, ¡vete a preparar el albergue! – le ordenó el chofer con autoridad.
Esta vez el monstruo obedeció, desapareciendo en el interior del caserón en ruinas.
José se acercó al chofer aún con los nervios sensibilizados.

- Por favor - le dijo - lléveme lejos de aquí. Dormiré en cualquier parte, en cielo raso, no me importa, con tal de que esté lejos del monstruo.
- Lo que me pide es imposible - replicó el chofer tomando asiento junto al volante.- Las normas que nos rigen son muy severas y en ningún modo puedo quebrantarlas.
- ¿Pero es que hay alguna norma que pueda obligarme a pasar una noche con un monstruo? - inquirió José en plena rebeldía interior.
El chofer lo miró fijamente como dudando entre decirle la verdad o dejar que José la averiguara por su propia cuenta. Finalmente se decidió a hablar.

- Puesto que ha sido llamado al servicio del Sr. Barón, tiene Vd. derecho a la verdad sobre las normas y reglamentos a que estamos sometidos; - hizo una pausa y añadió.- Este monstruo le está destinado, José. Le pertenece y para poder entrar en la Residencia, esta noche tendrá que afrontarlo solo. Por otra parte, ya ha visto que le monstruo es totalmente inofensivo.
- ¿Quiere Vd. decir que todos los que están hoy al servicio del Sr. Barón han tenido que pasar una noche en este albergue con semejante monstruo?

- No todos - respondió el chofer - porque si bien existen reglamentos que nos gobiernan a todos en general, cada uno obedece a una ley particular que es inoperante para cualquier otro. Así pues, todos los que trabajan en la Residencia han librado, en un momento de su vida, combate con el monstruo, pero no en las mismas circunstancias ni con el mismo monstruo.
José no preguntó más y esperó que la comprensión surgiera, como siempre por análisis interno.
El chofer puso el motor en marcha.
- Le dejo, José. Mañana a primera hora vendré a por usted.

El jeep desapareció detrás del albergue, dejando a José pensativo, eterno solitario ente el caserón en ruinas.
Contempló, a la luz del crepúsculo, la explanada desierta que lo rodeaba. Se dio cuenta entonces que más allá del albergue se alzaba una nueva muralla; sin duda la muralla interior que daba acceso definitivo a la Residencia.
José avanzó contorneando el albergue, que le ocultaba parte del paisaje. Confiaba en que el monstruo, ocupado en preparar la cama, le molestaría lo menos posible. Pero se equivocaba. Al cruzar sigilosamente la pared lateral, de una de las grietas, entre la hiedra, el monstruo dejo oír su voz.

- Tu cama está preparada, José - dijo con su pronunciación defectuosa que parecía hecha adrede para burlarse de la gente.- Ven a acostarte, que estás cansado - añadió con una monstruosa risotada.
De un salto se plantó junto a José, tratando de levantarlo para conducirlo al interior del albergue. Los esfuerzos del noble para librarse de la presa provocaban en José-monstruo inacabables ataques de hilaridad.

Por la pestilencia de su aliento, José comprendió que el monstruo estaba borracho y al asco que le inspiraba aquella criatura se añadió la indignación. Podía aún admitir que en virtud de un extraño reglamento se le obligara a pasar una noche con el monstruo, pero caía fuera de lo imaginable el hecho que se emborrachara al individuo en virtud de otro reglamento, o ley, o norma, de las que tanto gustaba hablar a las gentes de la Sociedad. Como era impensable una tal cosa, el monstruo se encontraba borracho por propia iniciativa y era intolerable que los encargados de la administración permitieran a un guardián de albergue recibir a sus huéspedes borrachos.

Sus pensamientos no le hicieron olvidar su lucha, logrando librarse al fin de los brazos del monstruo. Huyó hacia la muralla interior, esperando que el guardián se quedara guardando el albergue. Pero José-monstruo no estaba dispuesto a perder a su huésped y corrió tras él, mientras no dejaba de aconsejarle:
- Es inútil que sigas fatigándote; vete a descansar - y acompañaba sus palabras de grandes risotadas.
José alcanzó la muralla interior y viendo unas brechas abiertas en la pared, decidiose a escalarla. Si pudiera penetrar en el recinto interior de la Residencia, allí aguardaría el jeep, quizá infringiendo una ley, pero librándose de la repugnancia insoportable a su sensibilidad.

Empezó a escalar la muralla lleno de esperanzas, pero el monstruo llegó a tiempo de retenerlo por los pies.
- ¿Qué haces, José? - le dijo con su sonrisa burlona.- Te fatigas en vano, puesto que esta noche debes dormir conmigo en el albergue - y dando un brusco tirón de los pies de José, lo arrojó al suelo.
El noble, caído de bruces, contemplaba a su monstruo en pleno ataque de hilaridad.
- Déjame que te ayude a levantarte - le dijo.
Pero antes de que lo tocara, José logró escurrirse y siguió corriendo, esta vez en dirección del albergue. El monstruo, con mayor lentitud, seguía tras él y aquella carrera parecía divertirle enormemente.
José cruzó el albergue a través del campo, hacia el lugar en que debía encontrarse la muralla exterior. Al poco tiempo se dio cuenta de que el monstruo ya no le seguía, sino que se había detenido junto al caserón en ruinas y desde allí lanzaba gritos y signos a su huésped para que regresara.

José se tumbó en el suelo para descansar, al tiempo que analizaba la conducta del monstruo.
- Es demasiado curioso para que no sea también una ley - se dijo - el hecho de que el monstruo me persiga cuando intento avanzar hacia el interior de la Residencia y me deje en paz cuando me dirijo al exterior. Aquí, hasta los monstruos están sujetos a leyes.
No lejos del lugar en que descansaba, José descubrió una bicicleta, aparentemente abandonada. Ella le dio la idea de dar un paseo hasta la muralla exterior. De este modo podría adquirir la certidumbre de que estaba realmente en la antesala de la Residencia, puesto que cruzó la puerta estando dormido, y por otra parte lo alejaría del monstruo durante unas horas. Si para cruzar el umbral era indispensable pasar una noche con la horrible criatura, ¿por qué prolongar voluntariamente el contacto a lo largo del crepúsculo?
Kabaleb

La Rosa y la cruz (el símbolo Rosacruz)

La cruz es el símbolo del ser realizado, del que ha pasado por todas las fases de las experiencias humanas. Cuando este ser no era más que un cuerpo físico manipulado por la generación de los dioses, el símbolo de esta relación era una I. Un palo erecto que significaba que las fuerzas espirituales comunicaban con nuestro cuerpo material sin interferencias, dirigiéndonos como perfectos autómatas...

Cuando la generación de Luciferes (los llamados ángeles caídos) entró en actividad, para alimentar nuestro cuerpo de Deseos recién creado,, su corriente circular interceptó nuestra relación con la generación de los creadores u el símbolo de nuestras relaciones se escribió con una T. Por ello la cruz en forma de T está considerada con la cruz del diablo y es el signo del ser abocado exclusivamente hacia los placeres materiales.

Para liberarnos del círculo vicioso que representa para la humanidad la corriente circular de los espíritus de Lucifer, vino Cristo, un representante de la generación de los Dioses, a restablecer el contacto perdido y esta nueva forma de relación encuentra su símbolo en la cruz +. La cruz significa que se ha superado el primer periodo de dependencia total; que se ha superado también el segundo en el que el conocimiento se obtenía tan sólo por la vía de la experiencia y era preciso sufrir para descubrir, de rechazo, el bien; y que se está viviendo en el tercer periodo, de contacto con la espiritualidad, pero con la propia conciencia para decidir cómo realizar su obra.

La Rosa blanca que aparece en el centro de la cruz, es el emblema de la pureza primordial, de la etapa en que el ser humano era inocente, antes del pecado original, y a la que está destinado a volver, una vez superados los lazos de la pasión.

Esta pasión vencida está simbolizada por las 7 rosas rojas, colocadas en forma de corona alrededor del entrecruce de los maderos. Cada rosa representa uno de los astros de nuestro sistema solar: Mercurio, Venus, Luna, Marte, Júpiter, Saturno y Urano.

El rojo es el color de la pasión. Nuestra sangre es roja porque es una sangre apasionada y se dice que los nobles –no los titulados, sino los que poseen esa cualidad en su fuero interno- tiene sangre azul, porque ya no viven en estado de pasión.

Cuando consigamos eliminar la pasión de nuestros cuerpos, nuestra sangre ya no será roja porque no absorberá el color marciano de la pasión y ese color saldrá al exterior, coloreando los siete centros de nuestro cuerpo, que son la puerta de entrada de las energías provinentes de los siete planetas. Los hindúes conocen estos centros energéticos con el nombre de chacras.

Cuando en lugares correspondientes a los chacras aparecen unos estigmas de color rojo, es la señal de que las 7 rosas empiezan a florecer alrededor de la cruz de nuestras experiencias humanas, significando que las corrientes energéticas de los siete planetas que circulan en el interior de nuestro cuerpo, ya no absorben el color rojo y lo rechazan al exterior.

Cuando este fenómeno ocurre, del mismo modo que las rosas pierden sus pétalos y derraman su semilla pura a la tierra, para ser fecundada, también las manchas rojas desaparecerán del cuerpo para dar paso a un puro color blanco, marmóreo. Será señal que el adepto ha empezado a derramar su semilla espiritual para realizar en el mundo su obra.

La rosa y la cruz es pues el símbolo del obrero consciente que realiza su trabajo en la obra de la creación, superadas ya las pasiones, sin egoísmos y sin ambiciones personales, al servicio de los demás.

Kabaleb

La Maleta 8 (el dossier)

(Capítulo IV, 2ª parte) La primera hora de la tarde llegó y en el pasillo se reanudó la actividad. José pudo ver a través de la reja como el dossier violeta salía de la "Comisión de Expulsión" para entrar en una de las últimas puertas del pasillo, donde debía encontrarse la sede del Bureau de las Naciones.

Unos minutos mas tarde, tres policías morenos salían del Bureau de las Naciones y a paso de ceremonia avanzaban en dirección a la sala de espera de los encausados. Una vez ante la reja, se detuvieron y esperaron a que le telón se levantara. El que iba en el centro llevaba en la mano un papel y por la expresión de su rostro se adivinaba que era portador de una misión. Los otros dos tenían aire de simple escolta...

Los tres penetraron en la sala y la reja cayo tras ellos. Se detuvieron en el centro y el que sostenía el papel leyó un nombre. Nadie respondió a su llamada, pero los tres hombres que se metían los dedos en la nariz, señalaron disimuladamente al encausado que dormía en el suelo.

- Traidores y soplones!, están en todas partes - le susurró al oído el compañero de José.
Los tres policías morenos avanzaron hacía el encausado dormido y se detuvieron ante su cuerpo.

- ¡Despertadle! - ordenó el que sostenía el papel.
Como si sólo aguardaran este imperativo, los dos policías de la escolta se precipitaron sobre el dormido, arrastrándolo hasta el banco mas próximo y sentándolo en él, sostenido por ambas axilas para que no cayera de nuevo.
- ¿Está despierto? - inquirió el policía que llevaba el peso de la ceremonia.

Sus dos colegas movieron la cabeza afirmativamente repetidas veces, agarrando por los cabellos al encausado para evitar que su cabeza cayera inerte.
Cumplidas las condiciones que sin duda requería el reglamento, el policía extendió ante su vista el papel y repitió el nombre del encausado, al que iba dirigido el oficio.

- Por infracción a la legislación de extranjeros, el Ministerio del Interior niega su permiso de residencia en todo el territorio nacional y en consecuencia decreta su expulsión del país.- Hizo una pausa y añadió: - Vistas las circunstancias particulares del encausado, ningún país ha manifestado su deseo de darle acogida.
Leyó la fecha y dando media vuelta se marchó.

Los policías que sostenían al encausado, por el contrario, se quedaron en el interior de la sala, en la que penetró también uno de los conserjes cojos llevando un gran saco y refunfuñando en alta voz.
- Otra vez la misma historia - gruñía -. Y ha sido inútil que pida el traslado a otra sección en la que se pueda trabajar de acuerdo con el reglamento.

Mientras hablaba extendía en el suelo el saco, al tiempo que los policías habían acostado en el banco al expulsado, que dormía de nuevo.
- Metedle ahí - ordenó el conserje a los dos policías, señalando el saco.
Los policías eran muy jóvenes y se dispusieron a obedecer, colocando el cuerpo dormido del expulsado de manera que reposara enteramente encima del saco.
José y los encausados despiertos seguían con curiosidad la operación.

Uno de los policías se quitó la chaqueta y se puso un mandil que había tenido la precaución de traerse en uno de los bolsillos. Fue al descubrir un enorme y afilado cuchillo, que los encausados se dieron cuenta de lo que se proponía hacer.

- Lo van a matar? - preguntó José con un sobresalto.
- ¡Qué remedio! - contestó el conserje en tono abrumado.- Qué quiere que hagamos con él si le han denegado el permiso de residencia y ningún país quiere aceptarlo. Anteriormente se concedía a los encausados uno o dos días de residencia, lo cual permitía cogerlos y transportarlos hasta la frontera más próxima, obligándoles a pasarla clandestinamente. Pero los países vecinos nos pagaban con la misma moneda y así teníamos un constante tráfico de fronteras, un aumento del contrabando... En fin, que no era solución. Se decidió pues no conceder un solo día de permiso a los expulsados y es forzoso hacerlos desaparecer para que no se conviertan en una anomalía, que inevitablemente estimularía otros abusos contra la legalidad. Pero como no han sido, ni mucho menos, condenados a muerte, nos vemos obligados a hacerlos desaparecer con una falta total de medios.

- Estos pobres muchachos - añadió señalando a los policías jóvenes - se encargan de esas tareas por puro celo profesional y sin percibir ninguna prima. Y lo que es peor, si como a menudo ocurre, después de este servicio salen con los trajes manchados de sangre, la administración se niega incluso a pagarles los gastos del tinte. Así son todas las administraciones, una vergüenza.

Entretanto, el policía encargado del sacrificio examinaba meticulosamente el cuello del expulsado, sin duda a fin de escoger el mejor punto en que hundir el cuchillo.
- Mucho cuidado - aconsejó el conserje.- Según como le pinches la vena, puede salir un chorro de sangre que nos salpique a todos.

El expulsado continuaba durmiendo, extenuado por varios días de ayuno y cuando el policía le hundió el cuchillo en el cuello, apenas se movió.
- Muy bien. Se ve que vas aprendiendo - dijo el conserje al policía, a manera de felicitación.
El muchacho parecía satisfecho de su obra y contemplaba como la sangre espesa iba saliendo a borbotones por el cuello del expulsado, empapando el saco.

- Lleváoslo pronto - ordenó el conserje.- Conviene no manchar el suelo de sangre, ya que las mujeres de la limpieza no están obligadas a quitar ese género de manchas, que se resisten a desaparecer con un lavado normal.
Con grandes precauciones, el cuerpo del expulsado fue arrastrado con el saco hasta el pasillo.

- ¿Qué es lo que harán ahora con él? - preguntó uno de los encausados al conserje cojo.
- Ese es un problema que hemos resuelto recientemente - explicó el conserje.- Nos es imposible trasladarlo al depósito de cadáveres, donde no aceptarían un cliente tan irregular. Además, ¿quien iba a pagar los gastos de sus traslado hasta allí?. Anteriormente, algunos policías jóvenes se habían comprometido a incinerar los cadáveres por su propia cuenta, pero jamás fueron reintegrados en sus gastos por la administración. Finalmente, hemos optado por una solución bien simple: como sea que cerca de la Prefectura pasa el rió, arrojamos allí los cadáveres de los expulsados. La brigada fluvial acaba, un día u otro, descubriendo los cuerpos. Entonces se inicia una información contra X para averiguar quien ha dado muerte al expulsado, y al cabo de un tiempo, al no surgir un culpable, el dossier se archiva y no se habla más del asunto. O bien caen sobre un infeliz que se confiesa culpable del crimen y lo meten en la cárcel. Ocurra lo que ocurra, el asunto ya no nos concierne y si lo seguimos es por pura curiosidad.

El telón de reja cayó sobre la puerta de la Sala de espera y por unos momentos todo volvió a su quietud. José se sentía anonadado. La magnitud de la tragedia que se había desarrollado ante sus ojos paralizaba su facultad de pensar. Triste condición la del hombre flotando en una pleamar de acontecimientos que ordena, braceando desesperadamente para moldear, para construir a su imagen una materia que es patrimonio común de la especie humana y que se desfigura apenas sensibilizada con nuestra huella personal.

Tal pensamiento cruzó el cerebro de José como algo independiente de su materia gris. A veces tenía la sensación de que su intelecto no era más que un teclado, sobre el cual entes extrañas imprimían intrincados pensamientos, empujando su cuerpo a la acción como un autómata. En ese preciso instante le parecía que una legión de individuos se servía de su cerebro para transmitir mensajes que no llegaba a descifrar. Ello le hizo ponerse de pie nerviosamente y acercarse a la reja.

En el pasillo había recomenzado la actividad. Agentes rubios y morenos circulaban con prisa y en gran número. Un dossier de color azul no tardó en hacer su aparición. José lo contemplaba con las manos crispadas, apretujando los hierros de la reja.
- Este soy yo - confesó a su compañero.- Me siento participar en la vida de este dossier azul.
- Pues el comienzo es bueno - observó el encausado.- Son los rubios quienes lo conducen.

- Si, pero los morenos forman legión, y...
José se interrumpió de pronto. Algo insólito acababa de ocurrir en el pasillo. Algo que hizo que los dos encausados se miraran siniestramente en los ojos. Los morenos acababan de sacar al pasillo un dossier de color negro, que iban llenando de papeles, en acción simultánea con los rubios, quienes continuaban en posesión de un dossier azul.
- Dos dossiers! - exclamó el compañero de José.
- Si, y los dos me pertenecen - confesó el noble exilado. Y con un suspiro cargado de remembranzas, añadió: - Así ha sido siempre mi vida.

Una lucha gigantesca empezó en el interior de José. En cada uno de los agentes morenos veía simbolizado, con una imagen esquemática y viva en su espíritu, sus errores. Sus grandes y monstruosos errores que le condujeron, primero al exilio, a la pérdida de su nobleza después, y a la pérdida incluso de los papeles susceptibles de hacerle recuperar sus títulos, para alcanzar, en un máximo declive, la triste situación de un indocumentado en instancia de expulsión.
Pero en los agentes rubios se hallaban vivificados sus triunfos parciales, los pequeños éxitos que le permitieron viajar, sin destruirse, de error en error.

Era como si dos fuerzas tiraran de su cuerpo en sentido contrario, como si estuvieran descuartizando su alma, separando los errores de las verdades. El film de su vida fue proyectado sobre la pantalla de su memoria en sentido inverso al de su evolución, comenzando por la última escena vivida y avanzando de forma metódica hacia su principio. Un tal proceso le permitía ver la relación causa-efecto en episodios que habían constituido su campo de experiencias.

Era un film monstruoso, irreconocible, el que pasaba ante su memoria. Los personajes no hablaban, ni siquiera tenían bien dibujado el rostro. Su única dialéctica eran los gestos y más que éstos, el sentido último de sus acciones. Así, el policía presentándose en el Hotel para pedirle los papeles, se le antojaba a José como la consecuencia directa de su actitud de unas horas antes, cuando se entregó al placer sexual que le brindaba Tulita. José se sentía representado, se sentía inductor, como si una partícula de su propia alma viviera en el policía y constituyera la fuerza que lo empujara hacía él para aportarle su pedazo de experiencia. Del mismo modo se sentía representado en el alma de Tulita, solicitando a través de ella su propia sexualidad.

José comprendió de golpe, visionando esas imágenes, toda la magnitud desoladora de su libertad. Era libre de crear su vida y contaba con medios poderosos para orientar a su vehículo físico hacia el bien o lanzarlo por el camino de la inconsciencia, que tan fielmente había seguido a lo largo de su existencia.

A la luz de esta revelación, José se dio perfecta cuenta de que los agente rubios y morenos eran, por así decirlo, partículas de su propio ser y recíprocamente, él era una partícula de ellos. Si era cierto, José podría mentalmente, y en cierta medida, dirigirlos, hacerse defensor de su propia causa.

Apenas formulado el pensamiento, José constató que el tráfico de agentes morenos había disminuido de forma considerable en el pasillo. Era evidente que para el dossier negro se había agotado el filón y los agentes que lo conducían viajaban de una puerta a otra, sin entrar en los despachos, como si se equivocaran de puerta, en plena deriva, vacilando caminar.

De pronto, el milagro se produjo. Los ojos de José y de su compañero se iluminaron con una suprema alegría, con un grito de triunfo. El dossier negro acababa de desaparecer. Cierto que el dossier azul, blasón de los agentes rubios, había desaparecido también. Una fusión acababa de operarse, dando vida a un nuevo y más resistente dossier de color rojo, que conducían con gran aplomo los agente rubios.

- Enhorabuena! - exclamó el compañero de José.
- Gracias. Pero a decir verdad, esperaba este cambio - aseguró el noble exilado.
No dio más razones a su compañero y continuó observado con una sonrisa que testimoniaba su gran contento interior. José se sentía satisfecho de sí y de la calidad de su espíritu, que le hacía intuir verdades tan esenciales para mejor conducir su vida.

- Es uno mismo y nadie más quien puede otorgarse un permiso de residencia en el país - se dijo.- Ese expulsado que con mis propios ojos he visto degollar, ya estaba en realidad muerto. Las fuerzas vitales que alimentan el cerebro y el sistema emotivo no lograban ya dar movimiento a su cuerpo. Las condiciones requeridas para morir estaban así creadas y era necesario que alguien certificara, por decirlo así, su defunción. El policía joven fue el encargado de esa tarea.

- Así debe ser como ocurre – se dijo José.- Nadie puede morir asesinado, si previamente no se ha tomado la molestia de crearse a su propio asesino.
Entretanto, en esos instantes de inatención, las cosas habían cambiado en el pasillo. Los agentes morenos desarrollaban una ofensiva; su número había aumentado y aún cuando los rubios continuaban conduciendo el dossier, sus fuerzas flaqueaban, apoyándose en la pared como para descansar, extenuados por la lucha.

José observaba con el alma en un hilo los vaivenes del dossier. Algo fallaba. El razonamiento que tanto orgullo le produjera estaba a punto de hundirse. Pero si era cierto su postulado, ello sólo podía significar que José, en sus instantes de reflexión, había vivificado sus errores, materializados en policías morenos, que adquirían preponderancia en el pasillo. Tal vez fuera su orgullo, su vanidad, la causante de aquel trastorno. Tal vez no pudiera influir sobre sus errores con la sola arma del pensamiento. Tal vez los errores, una vez diferenciados, cobraran vida propia y negaran obediencia al ser que los engendró.

Sea lo que fuera, José vio, impotente y crispado, como los agentes morenos arrebataban de las manos de sus colegas rubios el dossier.
Su compañero lo miró con incomprensión. José desfallecía. El mundo tan sólido que se creara un momento antes se volvía vaporoso y vago. Gruesas gotas de sudor inundaban sus mejillas y su frente. Las fuerzas le faltaban y José cayó de rodillas en un lamentable estado de postración.

- Dios mío, ayúdame - suplicó.- Todos mis errores han sido debidos a la incertidumbre, a mi ignorancia y también a mis deseos de hacer felices a los demás. Me arrepiento de mi último error. No era Tulita el camino para encontrar mi maleta. No lo fue nunca. Lo sé. Lo sé... Si es esto lo que debía comprender, comprendido está.
Era la primera vez que José se humillaba voluntariamente, confesando su error por ignorancia y no debido a supuestos tácticos, con que a menudo justificaba su acción.

Ese estado de humildad pareció tener efectos benéficos en el pasillo. Los rubios se habían recuperado y libraban a los morenos una batalla sin cuartel. Pero por desgracia, ya era tarde. La instrucción del dossier había tocado a su fin y un agente moreno lo conducía, debidamente atado, pasillo arriba, camino de la Comisión de Expulsión.
Cuando ya todo parecía perdido, allá en lo hondo del pasillo surge un sobrenatural resplandor, mientras un toque de cornetas anuncia la llegada de alguien o algo excepcional. Los agentes morenos echan a correr por el pasillo, tratando de encontrar refugio en las puertas laterales, pero éstas fueron violentamente cerradas por lo rubios, dejando a sus colegas en un estado de pánico atroz.

Los encausados observaban a través de la reja. La esperanza había vuelto en el corazón de José. Por fin apareció en el fondo del pasillo una mujer de larga cabellera rubia, montada en un deslumbrante caballo blanco y enarbolando un látigo amenazador en su mano derecha. Tras ella, todo un escuadrón de mujeres a caballo y armadas de látigos aparecen.

- Son las Asistentas Sociales - informa uno de los conserjes cojos, buscando la salvación detrás de la reja de la sala de espera.- Vienen tan solo cuando se ventila un dossier que vale la pena defender.
José lloraba de agradecimiento ante esa ayuda inesperada y casi milagrosa. Las Asistentas cabalgaban por el pasillo, prodigando latigazos a diestro y siniestro sobre las espaldas de los agentes morenos, que lanzaban gritos de terror.

Cuando el pasillo quedó libre de agentes morenos, bien porque yacieran inconscientes o porque emprendieran la huída por los pasillos laterales, las Asistentas Sociales se reagruparon, retirándose entre cantos gloriosos de triunfo de una polifonía imponente y perfecta.
Cuando el ruido de cascos de los caballos que montaban las Asistentas se hubo desvanecido, José se fijó en que su dossier yacía por el suelo, junto al cuerpo examine de un agente moreno. Pasado el peligro, un agente rubio recogió el dossier rojo y enarbolándolo por encima de sus espaldas, como para confirmar su triunfo, lo mostró a sus camaradas, que habían surgido de todas las puertas y armaban gran alboroto por el pasillo.

Pasaron aún varias horas antes de que José fuera llamado a las oficinas administrativas, de donde salió con un nuevo permiso de residencia en el país.
- Busque trabajo - fue la recomendación que le hizo el policía al entregarle el papel.

Anochecía cuando José salió de la Prefectura. En la puerta principal del edificio encontró a Tulita que lo esperaba. Estaba sola en la calle y vista de lejos, su silueta se recortaba sobre el fondo de nubes iluminadas por el último sol. Más que una mujer, a José le pareció un símbolo dibujado en pleno espacio. El símbolo de la soledad y de la compañía al mismo tiempo; lo impenetrable y lo familiar. Sentía a Tulita ya lejos de su mundo concreto, pero cerca, muy cerca del ser trascendente que vivía prisionero dentro de su piel.


Al apercibirlo, ella corrió a lanzarse contra sus brazos.
- ¡Por fin, José! - le dijo con una voz en la que se mezclaba el gozo, el sosiego y el llanto.
- Tulita, el único ser que podía esperarme - reflexionó tiernamente José acariciando los cabellos de la muchacha.
Se alejaron de la Prefectura enlazados por la cintura.
- Debes estar muy cansado - dijo Tulita y añadió:- En casa podrás descansar.
En lugar de responder, José hizo signo de que deseaba entrar en un café. Una vez instalados, el hombre cogió entre las suyas las manos de Tulita, para hablarle con una serenidad y unos deseos de comprensión poco habituales en él.

- Tulita - dijo.- Deseo que nos separemos un tiempo.
Hizo una pausa para observar la reacción de la mucha y al constatar su serenidad, prosiguió:
- Ambos nos hemos dado, por lo menos en lo que a mí respecta, experiencias fundamentales, que contarán sin duda al resumir nuestras vidas. Ello nos impedirá ser extraños el uno a otro y estoy persuadido de que nos encontraremos más tarde para amarnos de un modo puro y desinteresado, sin que ese amor sea, como ahora, condicionado a ciertas anécdotas, y que mirando la vida de un modo superficial, podríamos incluso creer que han sido esas anécdotas las que lo han creado.

Tulita seguía los razonamientos de José con una sonrisa de serenidad y altruismo en los labios. Parecía un símbolo y contemplándola, José se sentía estimulado a hablar.
- Yo sé que ese amor ya existía entre tú y yo - prosiguió - y que ha sido el amor lo que nos ha juntado para que, al encontrarnos frente a frente, de nuestras divergencias naciera la comprensión de ciertas verdades que no podían ser asimiladas en su estado puro por nuestro intelecto. En nombre de este amor, te pido que dejes que siga mi camino lejos de ti para volver, portador de mayores riquezas, a tu lado.

La sonrisa de Tulita era radiante cuando José terminó de hablar.
- La maleta... ¿José? - inquirió con un mohín de aprobación en los labios.
- Si - asintió él.- Ya nada logrará desviarme...
- Bien, José - repuso la muchacha.- Durante el tiempo en que hemos vivido juntos he podido admirar tu fidelidad por ese ideal. Si has pactado, si te has comprometido, ha sido siempre con la esperanza de mejor alcanzar tus fines. Puede que hayas errado en los medios, pero ni un solo momento has renunciado a tu ideal. Al llevarte preso esta mañana, he decidido ayudarte en la consecución de tu propósito y a tal fin me he entrevistado con Tuliferio-camarero. En resumen, hemos conseguido que te den un empleo en la Residencia del Sr. Barón. El jefe de personal te espera mañana a las siete.

José apenas podía creer lo que oía y la emoción y la gratitud que sentía hacia Tulita le impedían hablar.
- Así... ¿me han admitido en la casa del Sr. Barón...? - balbuceó.- Allí podré hablarle y él que está por encima de todo reglamento, me devolverá la maleta.
- Si, José - asintió Tulita.- Tu maleta está en casa del Sr. Barón y yendo a trabajar allí, no te será difícil recuperarla.

José abrazó a Tulita, estrechándola hasta que sus huesos crujieron, como para dar la medida del sentimiento anidado en el alma del noble extranjero. Luego se levantó con gran energía y dijo:
- Me voy.
- ¿Dónde José?
- A la Residencia del Sr. Barón.
- Ahora no, sino mañana de madrugada, a las siete - puntualizó Tulita.
- Me voy ahora y a pie - afirmó José con decisión.
- ¡Qué locura!. La Residencia está por lo menos a cincuenta kilómetros.
- No es locura, Tulita. Según mis referencias, la Residencia el Sr. Barón no es lugar al que se vaya descendiendo de un tren y con autobús hasta la puerta. Hay que ir allí en peregrinaje y buscando en la noche la mansión. Así iré yo. No me digas siquiera en que dirección debo ir, le quitaría grandeza a la epopeya. Un sexto sentido me guiará, como me ha guiado hasta ahora al encontrar sin proponérmelo, a gentes que trabajan en los negocios del Sr. Barón. De igual modo que caí en el Hotel de Extranjeros cuando mi vida precisaba esa experiencia fundamental, así también llamaré en la puerta de la Residencia mañana a las siete, puntual a la cita fijada. Adiós, Tulita. Nos veremos, nos veremos...

Al terminar las últimas palabras, estaba ya lejos de la muchacha, perdiéndose en los claroscuros de la ciudad mal alumbrada.

Tulita sólo pudo responder al gesto de adiós que le hacía con la mano y lo siguió con la vista hasta que se perdió entre la oscuridad y la muchedumbre de la calle.
Kabaleb