1.- “Después de esto, miré y he aquí que una puerta estaba abierta en el cielo. La primera voz que había oído, semejante al sonido de la trompeta, y que me hablaba, dijo: Sube aquí y yo te haré ver las cosas que han de acaecer después de éstas. Luego, fui arrebatado en espíritu y vi un trono establecido en el cielo, y en ese trono alguien estaba sentado. El que estaba sentado tenía el aspecto de la piedra de jaspe y de la sardónica. El trono estaba rodeado de un arco iris semejante a la Esmeralda. Alrededor del trono vi otros 24 tronos y en ellos estaban sentados veinticuatro ancianos, revestidos de vestiduras blancas y llevando unas coronas de oro en sus cabezas”. (Apocalipsis IV, 1-4)...
2.- Así empieza el 4º capítulo del Apocalipsis. En los tres capítulos anteriores, Juan ha trascrito las siete cartas que Cristo le ha dictado, dirigidas a los ángeles de los 7 Centros que trabajan en nuestra naturaleza interna en la elaboración de ese edificio que se llama ser humano. Después de la Palabra, Juan recibe la visión.
Todo comienza con una puerta abierta en el cielo. Es la puerta que un día ha de abrirse en nuestra naturaleza interna, cuando hayamos dado una respuesta adecuada
a las 7 cartas (cuando hayamos trabajado los valores correspondientes a los 7 séfiras). Esta puerta abierta en el cielo sólo puede ser franqueada por los vencedores de las 7 pruebas; por los que han obtenido los 7 premios ofrecidos en cada una de las cartas.
Si en nuestro discurrir humano alteramos la marcha del discurrir divino, si no marcamos perfectamente el paso al ritmo del uno, dos; uno, dos divino, no podremos ver esa puerta abierta. La divinidad, nuestra divinidad se ocultará a nuestra visión porque el paisaje humano llenará nuestros ojos, por así decirlo y no dispondremos de enfoque, y tiempo para contemplar lo que hay arriba.
3.- El tiempo, la falta de tiempo es lo que arguyen tantos y tantos estudiantes, que dicen: Si tuviéramos tiempo para dedicarnos al cultivo de lo espiritual, cuánto nos gustarían estas cosas. Estamos muy interesados, pero nos falta tiempo. Tal vez en las vacaciones, ¡sí!, esto es, en las vacaciones estudiaremos las lecciones. Lo que no podremos hacer será rezar en voz alta, porque, ¿qué dirían los que nos oyesen? ¿Se puede hacer en voz baja? ¿Verdad que es lo mismo? Así, hablamos con la divinidad en voz baja, no cantándole las maravillas de su organización, como lo hacen los ángeles, si no musitando una plegaria silenciosa, sin ni siquiera mover los labios, para no chocar a quienes nos rodean.
Cuando el espectáculo material se presenta con tanta fuerza; cuando nos preocupa tanto lo que puedan pensar o decir los que nos rodean, ¿cómo vamos a darnos cuenta de que una puerta está abierta en el cielo? Para percibir esa Puerta tendremos que marcharnos primero a la isla de Patmos, esto es, aislarnos de nuestro entorno material, como lo hizo Juan, cruzando el Mar de los Filósofos y situándonos en el Día del Señor (Ver punto 13 y siguientes del capítulo 1).
Todo esto debe venirnos como itinerario natural en nuestras vidas. El Mar de los Filósofos, la isla de Patmos y el Día del Señor deben ser los escenarios naturales de nuestra andadura; deben ser la tierra que pisamos porque nuestros pasos anteriores nos han conducido allí. Si vamos a Patmos sobrevolando escenarios no hollados por nuestros pies, el camino no andado, superado en virtud de un artificio, de una pirueta técnica, reclamará nuestra atención y nos obligará de algún modo a bajar la mirada. No podemos ir a Patmos si antes no hemos zanjado los compromisos que nos atan al mundo material. Una vez situados en ese aislamiento mágico, recibiremos las 7 cartas y podremos comenzar los trabajos de remodelación de nosotros mismos.
Estos trabajos restablecerán la perfecta armonía en el funcionamiento de nuestros Centros internos y nos convertiremos así en seres que transmiten a la sociedad que nos rodea la perfecta imagen del cosmos en todas sus fases. Pero ya no lo haremos como una máquina funcionando por cuenta de un Ego que desconocemos, sino viendo a ese rey nuestro, contemplando su actividad en el Trono de su Gloria.
4.- Esa voz interna, que Juan siente como el sonido de una trompeta, es la voz de nuestro Ego Superior en el que ha penetrado la Vida Crística. Son muchos hoy los que oyen voces; voces que suenan en el interior como un susurro, sin provocar vibración alguna en sus naturalezas. Son esas voces ajenas a nuestro discurrir espiritual; voces de "gentes" que pretende privarnos de nuestra voluntad y que se infeudan en nosotros para vivir con nuestras energías, parasitándonos. Ya hemos hablado muchas veces de esas entidades que transitan por las bajas regiones del Mundo del Deseo y aún por las elevadas, y que sienten la nostalgia de su pasado y vienen dictándonos poesías para que los admitamos y les demos cobijo en nuestro ser. Esas entidades no tienen capacidad para hacer vibrar nuestra naturaleza interna, no saben tocar la trompeta, esa trompeta que despierta al soldado que llevamos dentro y lo moviliza para la acción.
Esa voz de trompeta que nos dice "Sube aquí", es la de nuestro Ego-Cristo. Ya hemos visto, al estudiar la composición del Ego, que en él figuran los tres principios divinos. Hay un Ego-Kether, un Ego-Hochmah y un Ego-Binah. Este tercero dirige los Trabajos de nuestros vehículos humanos en la fase inicial; Ego- Hochmah-Cristo los dirige en la fase intermedia, y Ego-Kether los dirigirá en la fase terminal.
Cuando Ego-Cristo se hace cargo de la dirección, toca la trompeta y resucita en nosotros lo Eterno, percibiendo esa voz en el interior como una vibración que nos despierta. Esa trompeta de Ego-Cristo no sólo resucita en nosotros lo dormido, sino que derriba las murallas de la antigua ciudadela en la que actuaba Ego-Binah-Jehová, convirtiéndonos en seres universales. A partir de entonces ya de nada nos servirá la Escuadra y el Compás, que eran utensilios fundamentales en el viejo mundo. Con el toque de la trompeta en nuestra naturaleza interna conquistamos la categoría universal.
5.- Todo sería justo y perfecto si ese esquema de vida se realizase según los planos, es decir, si después de haber vivido a fondo la etapa de Binah-Jehová pasáramos a vivir a fondo la etapa de Hochmah-Cristo. En la realidad de cada ser humano las dos fuerzas coexisten y aún se combaten. Ya vimos en la "Interpretación Esotérica de los Evangelios" que Cristo va penetrando en nosotros por las 22 puertas que constituyen el grueso de nuestras estancias internas, y mientras en unas se queda, en otras se va, o entra y sale sucesivamente, creándose en nosotros una situación confusa. Y así, muchos son los que tiran por la borda la escuadra y el compás, diciéndose que sus únicos límites son los del globo terrestre, sin haber conquistado esa universalidad espiritual que hace innecesarios esos útiles de trabajo. Derriban las murallas saturnianas, cuando su trabajo debería realizarse aún de murallas para adentro y se extrañan después de que sus empresas se desmoronen.
Un día, el toque de trompetas en nuestra naturaleza interna nos liberará de nuestra dependencia a la ciudad, al cerco del compás, que limita nuestra acción a una esfera determinada. Pero mientras ese acontecimiento espiritual no se produzca, deberemos seguir viviendo dentro de unos límites y no sobrepasarlos.
6.- La primera visión de Juan en el cielo, es la de un poder perfectamente establecido. En primer lugar aparece "alguien" sentado en un trono; alguien semejante a una piedra preciosa, y ese alguien, en nuestra organización interna, no puede ser otro que nuestro Ego Superior, ese rey absoluto que aparece ante el alma humana con todo su esplendor.
El trono aparece rodeado de un Arco Iris semejante a la esmeralda. Ese Arco Iris es una representación del llamado Mundo de los Deseos, que es esencialmente el mundo del color. Cuando nuestro Cuerpo de Deseos se ha ordenado, cuando en él cada cosa está en su sitio, todos los colores de ese Cuerpo forman franjas que nos circundan, dispuestas de arriba abajo según su frecuencia vibratoria, comenzando por los colores más sutiles y acabando por los más espesos. En el hombre que lucha, el hombre que aún no ha llegado a Patmos, esos colores aparecen mezclados, desordenados, cambiantes, al azar de sus estados de ánimo.
La aparición del Arco Iris, es decir, de la ordenación de los colores en nuestro Cuerpo de Deseos, anuncia el final de la tormenta; el final de la lucha de la personalidad emotiva contra el Designio del Ego. Entonces los deseos aparecen sumisos, rodeando al rey para que mande y ordene en ellos, y ese Rey-Ego no tiene más que pulsar uno de esos colores para potenciarlo y hacer que su vehículo mortal actúe en un sentido o en otro.
Ese Arco Iris rodea el trono del Ego; está, por así decirlo, al alcance de su mano y, del mismo modo que un Presidente Director General tiene en su mesa toda una gama de botones y, según cual sea el que pulse, le aparece la secretaria particular o el jefe de éste o aquél negociado, también el Ego pone sus deseos a trabajar presionando sobre uno u otro color cuando, repitámoslo, el Cuerpo de Deseos se ha sometido a su voluntad y ha renunciado a los servicios de Jezabel para que le procure viñas u otras propiedades profanas.
Cuando el alma humana ha tenido esa visión; cuando ha visto su Ego con toda su majestad, su entrega y sometimiento es total, porque en esa entrega encuentra su libertad y su poder. No hay placer mayor que el de saber que nosotros somos ese rey, ese "alguien" sentado en el trono.
7.- Alrededor del trono y del Arco Iris aparece un nuevo círculo formado por 24 Tronos en los cuales se encuentran 24 ancianos revestidos con un vestido blanco y con coronas de oro en sus cabezas.
Ya sabemos que el vestido blanco es una conquista del alma humana a través de sus actuaciones en sus múltiples personalidades. Cuando el blanco aparece en el vestido, es señal de que el Ego ha conseguido mandar sobre sus vehículos mortales. El oro es otro de los valores inalterables y cuando sube la cabeza, en forma de corona, significa que ha alcanzado el juicio, en el cual se condensa la luz.
Los 24 ancianos representan el Zodíaco que hemos constituido en su doble polaridad. Ya hemos dicho algunas veces, en el curso de estos estudios, que el objetivo de la Creación es el de interiorizar en nosotros todos los valores existentes en el universo en el que nos movemos, y arrojarlos al exterior con nuestros propios valores añadidos. En la terminología tradicional, el Anciano es el representante de lo más antiguo, lo más viejo que hay en nuestro universo, y lo más viejo es el Zodíaco, puesto que la Oleada de Vida Zodiacal es mucho más antigua que el Dios de nuestro sistema solar, ya que nació, por así decirlo en su seno, formándose un Cuerpo gracias a los materiales contenidos en el cuerpo mismo de los Zodiacales.
8.- Un día seremos un Zodíaco, en cuyo seno nacerá un sistema solar, que será a su vez un átomo del universo que el Ser Supremo rige. En el presente se encuentra la Historia de nuestro futuro; es decir, lo que seremos un día, empezamos a serlo ya a pequeñas dosis, pre-figurándolo y perfeccionándolo a cada etapa de nuestra vida, como el actor va ensayando su obra hasta alcanzar la perfección en su papel, y entonces abre el teatro al público.
Nuestro objetivo, en el estadio evolutivo actual es meternos al Anciano del Zodíaco dentro, interiorizar en nuestra naturaleza humana los contenidos de los 12 signos y, como hemos tenido que realizar ese trabajo desde la vertiente femenina y masculina, los 12 Ancianos se han convertido en 24.
Cada signo del zodíaco es masculino y femenino al mismo tiempo, como lo son los Séfiras-Planetas que nos han estado amamantando. Pero ya vimos que en el proceso creativo, el Dios de nuestro sistema solar tuvo que dividirse, que oponerse a sí mismo para llevar el Agua rebelde a integrarse al Fuego primordial. Esa dinámica quedó interiorizada en la Memoria de su Obra, y nosotros, sus criaturas, tuvimos que ser seres divididos, opuestos en sí mismos, y buscar la unidad a través de la división. Por ello hemos tenido que realizar los trabajos espirituales por partida doble, como varones y como mujeres, desde una perspectiva solar y lunar. Es así como los 12 Ancianos del Zodíaco se han convertido, por obra y gracia nuestra, en 24.
Los 24 aparecen aquí en su estadio final, vestidos de blanco y coronados de oro, situados alrededor del Ego en un perfecto círculo, sentados en sus Tronos, es decir, en actitud pasiva, dispuestos a dar sus poderes a ese "alguien" que se encuentra en el trono central.
9.- Si analizamos el número 24 desde la perspectiva cabalística, vemos que esta compuesto de un 2 y de un 4, números que corresponden a Hochmah y a Hesed. Hochmah es el Séfira que da un Rostro al Pensamiento Divino que emana de Kether. Hesed, siendo el fruto de la divinidad, es el que elabora el germen de esa naturaleza emocional que daría lugar a la Oposición a ese Pensamiento Divino. El 24 expresa pues a las dos naturalezas, pero su suma filosófica da 6, que es el número de Tiphereth, el Unificador de ambos mundos, el que produce en nosotros el deseo de retorno a la Unidad.
Así tenemos que 24 expresa al mismo tiempo todo el proceso creador: su unidad primordial, su división y la reconquista de esa unidad.
10.- Volviendo tema de los Ancianos, vemos que las 12 fuerzas primordiales se han convertido en nosotros en 24. ¿Será éste el número de Ancianos que formarán nuestro Zodíaco cuando nosotros, la Oleada de Vida Humana, seamos Zodíaco? De nada nos serviría especular sobre este punto cuando, antes de ser Zodíaco, tenemos que ser un Hijo, o sea, pasar por la fase de Dioses Creadores de un sistema solar. Pero lo que si aparece claramente, a medida que meditamos sobre estos temas, es que el patrón cósmico actual no se repetirá y que en sucesivos Períodos de Manifestación, los planos evolutivos tendrán modelos distintos. Si ahora el principal trabajo ha consistido en integrar los Deseos al Pensamiento Divino, sería un puro juego volver a empezar esta lucha, que ya ninguna experiencia nos aportaría, puesto que sería una mera repetición.
11.- "Del trono salen relámpagos, voces y truenos. Ante el trono queman siete lámparas ardientes que son los siete espíritus de Dios" (Apocalipsis IV, 5).
Los mitólogos ya nos describían a Zeus-Júpiter como el Dios del Trueno y del Rayo. Zeus es el jefe del Olimpo, el rey de los demás dioses. Ya sabemos que Zeus-Júpiter-Hesed es el que preside el 4º Día de la Creación, puesto que es el 4º Séfira, y cuando nuestro Ego se sienta en el Trono de sus Poderes, reinará sobre nuestro mundo como lo hace Zeus. Zeus-Júpiter lanzaba sus rayos contra los que se habían convertido en anomalía dentro de su reino y debían ser liquidados para que su obra pudiera proseguir sin estorbos.
Pero el rayo sólo es destructor cuando algo necesita ser destruido. En nuestra naturaleza interna los relámpagos y rayos son esta luz que ilumina de improviso nuestras tinieblas y nos permite descubrir el camino. Muchas veces en la literatura se ha utilizado el símil y se ha dicho que los personajes han visto el cielo abierto por un rayo de luz, que en un relámpago han percibido claro el camino.
La otra cara del rayo es el trueno. Ambos fenómenos constituyen un todo inseparable, pero mientras la luz viaja a una determinada velocidad, el sonido lo hace a otra distinta. Ello hace que las energías divinas produzcan en el ser humano iluminación y espanto que iluminen a unos y atemoricen a otros.
Puede decirse que el rayo y el trueno lo ha heredado Hesed de su ancestral Hochmah, cuyos poderes son administrados por Júpiter-Hesed en el actual período evolutivo. En la dinámica del rayo y el trueno tenemos la clave del aspecto destructor de Urano-Hochmah. En efecto, ya hemos visto en nuestros estudios que la Luz necesita un envoltorio de tinieblas que la encierre para no causar desperfectos en el tejido del universo. El trueno representa el vestido del rayo, pero al bajar rayo y trueno en el mundo humano, el rayo es más veloz y su vestido se queda atrás. Y así, la luz desnuda ilumina a los que pueden interiorizarla, y quema y destruye a los que no están preparados para esa absorción.
Kabaleb (Apocalipsis)
Apocalipsis, el camino del conocimiento (4, 1ª parte)
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Apocalipsis