La naturaleza es un libro sagrado que contiene la ley de la vida

Fíjate en ella y sabrás cómo debes orientar tu vida

Te han llamado para conquistar el mundo de lo posible

Es hora de que te lo creas y avances

La verdad que resplandece en el cielo

Es la misma que debe ser plantada en la tierra

La sed de conocimientos, el hambre de Verdad, de Belleza y de Sabiduría

Deben presidir tu vida y lanzarte hacia adelante

Enciende tu hoguera de la voluntad

Porque a través de ella podrás conseguir lo que te propongas

La Maleta (1) (novela iniciática)

Vamos a presentar a continuación una obra inédita de Kabaleb, se trata de una novela llamada La Maleta.

Kabaleb escribió esta historia surrealista, que muestra las peripecias de un personaje, José, por recuperar su maleta, en la que se guardan sus valores.

Kabaleb escribió esta novela hace muchos años y la presentó al premia Nadal. Al ser rechazada por el jurado, él decidió que no se publicaría mientras él estuviera vivo y la dejó como legado para sus hijos...

Ahora, creemos que es el momento propicio para que vea la luz. La publicaremos en este blog por capítulos.

CAPÍTULO I (1ª parte)

Era ya de madrugada cuando José regresó al Hotel de Extranjeros

La Maleta (2) "La escalera de bomberos"

La maleta (Capítulo I, 2ª parte)

José se rascó la barbilla.
- Mi habitación está en el tercer piso - reflexionó.- Imposible entrar de nuevo por la escalera... Además, la puerta esta cerrada con candado...

- Y por la ventana? - sugirió el camarero.
- ¿Cómo escalar tres pisos?
- Me permito una nueva sugerencia. Vaya al parque de bomberos de este barrio a que le presten una escalera...

Ante la mirada atónita de José, el camarero desarrolló su argumentación:

- Lo que le estoy diciendo no es absurdo, aunque lo parezca. La Sociedad que explota el Hotel y este café, posee numerosos establecimientos en este distrito, de forma que raro es el incendio que se declara y que no consume un pedazo de propiedad de esa gran corporación. Al Consejo de Administración le interesa pues que el cuerpo de bomberos esté bien equipado. Así la mayor parte del material, escalas, mangas de riego, coches, cascos... es donación de la Sociedad. Lo único que les pide el Consejo de Administración a cambio, es que la brigada de bomberos permita a los clientes de sus establecimientos utilizar el material en caso de necesidad.

José reflexionó un instante acerca de la complejidad de aquel organismo, cuyos reglamentos y disposiciones tan contrarios parecían a veces poseer sentido común.

- ¿Pero acaso se me puede considerar, en tales circunstancias, cliente del Hotel?
- No lo dude - replicó el camarero.- Su relación con la Sociedad que explota el Hotel no ha hecho mas que estrecharse al surgir el conflicto. Ahora Usted es lo que ellos llaman "un cliente sensible", para distinguirlo de aquellos que cumplen estrictamente con el reglamento y para los que no hay ninguna necesidad de abrir un expediente, ya que no generan problema alguno. Es como si estuvieran muertos para la Administración.

- Me ha prestado Usted un gran servicio informándome de todos estos detalles - agradeció José.- Aunque siendo el organismo con el cual debo enfrentarme tan poderoso, me pregunto si no sería más juicioso luchar dentro de los límites del reglamento en lugar de hacerlo con armas propias.

Oyendo tales propósitos, el camarero miró a José con cierto desprecio, pero una oleada de compasión le hizo proseguir su labor informativa. Debía tener en cuenta la condición de extranjero de José, siendo la primera vez que se enfrentaba con una empresa de jurisdicción tan complicada como aquella.

- Usted no ha comprendido sin duda los objetivos de la Sociedad - argumentó el camarero con voz autoritaria.- La lucha no es posible dentro del reglamento del Hotel o de cualquiera de sus filiales, entre otras razones porque los que viven acatando las leyes, lo desconocen. El reglamento sólo es revelado al cliente cuando éste, por un motivo u otro, quebranta una de sus normas. Únicamente en ese momento se le notifica que un reglamento existe.

- Si usted hubiese continuado pagando regularmente el hotel, nunca hubiera tenido noticia de que existe un reglamento que no tolera que un cliente permanezca en el hotel más de dos meses sin pagar. Cuando se vive dentro del sistema, a uno sólo se le presenta la posibilidad de obedecer, acatar ciegamente normas cuyo objetivo se desconocen. Una tal vida es incompatible con la sustentación de títulos de nobleza y de perseverar en ella, es seguro que nunca recuperaría su dignidad. Además, en el caso de que aspire a tener un puesto en la Sociedad, debe empezar por obligarles a que establezcan un expediente a su nombre, que es como una fe de vida para la Administración. Tener un expediente en los archivos de la compañía es la gran ambición de millones de individuos, pero pocos alcanzan ese privilegio, más por ignorar los medios requeridos para conseguirlo, que por entrañar dificultad.

La verdadera complicación es saber de su existencia, cuando se ignora incluso la existencia de la Sociedad. La mayor parte de los hoy funcionarios de la empresa, entraron en el escalafón como usted, de manera casual. En una palabra, el reglamento ha sido concebido para los débiles, los incapaces, los que no tienen la fuerza requerida para andar solos por la vida y crear su propia ley.- El camarero hizo una pausa para mirar, con ojo vigilante, a los clientes dormidos, mientras José se rascaba la cabeza, un gesto que repetía a menudo cuando se encontraba confundido, y prosiguió:

- Ver el reglamento vencido con métodos originales es, casi podríamos asegurar, el fin que persigue la Sociedad.
José miraba cada vez más perplejo, lo cual llevó al camarero a añadir:

- Es paradójico ¿verdad?, pero ya le he dicho que la Sociedad abarca numerosos negocios, tal vez más de los que podamos imaginar. Es posible que tenga también en sus manos las riendas de la alta política. No es extraño pues que precise constantemente la colaboración de hombres capacitados en toda clase de cuestiones.
Y, ¿qué mejor garantía para ellos que la ofrecida por el individuo que sale triunfador después de haber pasado por la tela de araña de todos sus reglamentos? Puede usted tener la completa seguridad de que al apoderarse de su maleta, al tiempo que se asegura la animadversión eterna de la patrona del Hotel, conquista la estima de las instancias elevadas de la administración, siendo ellos mismos quienes le buscarían para ofrecerle un puesto de responsabilidad.

José, con una cierta mirada de complacencia y ligeramente seducido por el discurso de su interlocutor, se detuvo a acariciarse la barbilla con el índice y el pulgar de su mano derecha, le gustaba encontrarse con la barba incipiente de dos días y rozarse a contrapelo.

- Nada desearía tanto como colaborar en esa gran empresa que me esta desvelando, pero ¿qué ocurrirá si a pesar de todos mis esfuerzos no logro apoderarme de la maleta?

- Será siempre un cliente deudor, en conflicto con el reglamento. Si desea trabajar para ellos, sin duda alguna lo aceptarán como medio de cobrarse la deuda, pero el empleo que le ofrecerán quedará reducido a un lugar insignificante de la Sociedad, naturalmente con posibilidades de ascensión por méritos propios.

Llegado a este punto, José se levantó rebosante de energía, y puso amistosamente la mano en el hombro del camarero.
- Estoy dispuesto a seguir el camino sugerido. ¿Dónde se encuentra el parque de bomberos?

- La segunda esquina a la izquierda - informó el camarero mirándolo con esa cara que uno se calza cuando se siente satisfecho por el deber cumplido.- No tiene más que decirles que es cliente del Hotel de Extranjeros y que ha olvidado la llave por ejemplo, y no quiere molestar al conserje a estas horas.
- ¿No puedo contar la verdad?
- ¿La verdad a un bombero? gracioso. Ya le he comentado que la única relación que existe entre el cuerpo de bomberos y la Sociedad, es que ésta les regala el material. No tienen pues por que estar enterados de las particularidades del reglamento interior de sus empresas. Ellos cumplen el acuerdo y se acabó. No tienen derecho a formular preguntas y nos las harán. Pero comprenda que si insinúa que solicita la escalera para robar, no se la van a prestar, aun refiriéndoles los antecedentes de la maleta.

- Me doy cuenta de mi ingenuidad - reconoció José y con tono súbitamente solemne, añadió: - Joven, me ha prestado usted un servicio impagable y le prometo que si llego a recuperar mis títulos, vendré para hacerle copartícipe de mi nobleza.
Una emoción desbordante se apoderó del camarero, que quiso arrodillarse para agradecerle su generosidad, y lo hubiese logrado si el propio José no lo hubiera firmemente impedido.

- No os pido tanto, señor - dijo el joven en tono devocional.- Pero si un día lográis elevaros hacia las altas esferas de la Administración, acordaos de este modesto camarero que un día os sirvió en el ejercicio de la profesión que había escogido.
José salió a la calle y casi se hubiera reído de la devoción del camarero, a no ser por la extraña singularidad de cuanto le estaba ocurriendo. A partir del instante en que entró en conflicto con la Administración del Hotel de Extranjeros, le parecía vivir en un mundo nuevo. La lógica de antaño se mostraba inservible, hasta el más ínfimo detalle, adquiría relieves sorprendentes. Un mundo, para el que permaneció ciego hasta entonces, se le revelaba a cada paso. Su determinación iba a llevarlo a vivir la más vertiginosa aventura de su vida.

El parque de bomberos podía apercibirse desde lejos por sus enormes puertas pintadas de rojo. Se trataba de un inmenso garaje lleno, en ese momento, con más de diez vehículos situados de cara a la puerta y dispuestos para salir en cualquier momento. Estaba abierto y en el fondo del local a la derecha, en un pequeño despacho, se encontraba el viejo Jerónimo absorbido por la lectura de un periódico ilustrado para niños.

Cuando José apareció ante el mostrador, Jerónimo le miró un instante y con voz atiplada lanzó:
- ¿Viene usted a denunciar un incendio?
- No, yo quería pedirle...
- Entonces tenga la bondad de esperar un momento - rogó el bombero, interrumpiéndole para hundirse de nuevo en la lectura.
José veía reflejado en el rostro de Jerónimo todas las heroicidades del protagonista de la aventura del cómic que leía, los peligros por los que pasaba, las traiciones de que era objeto. Al cabo de unos minutos, ante la proximidad de un final feliz, la expresión del bombero empezó a dilatarse.

Al terminar la lectura, Jerónimo se puso en pie.
- Soy cliente del Hotel de Extranjeros - explicó José - y me han dicho que ustedes podrían prestarme una escalera para alcanzar la ventana del tercer piso.
El bombero abrió uno de los cajones de su mesa, sin mostrar ni asombro ni curiosidad.
- Tendrá que llenar una ficha - y alargándole el talonario, añadió: - Puro formulismo, sabe usted, el Consejo de Administración nos exige esas fichas tan solo para comprobar que realmente prestamos servicios de vez en cuando a sus clientes.

En el impreso se pedía nombre y dirección, fecha de nacimiento y objeto de la demanda de servicio. Una vez rellenada, el bombero guardó de nuevo el talonario dentro del cajón, sin leer siquiera lo escrito.

"Se nota - pensó José - que este hombre no trabaja en ninguna de las empresas que controla la Sociedad". Y en el bombero reconoció a esa categoría de gentes sencillas, a las que había acordado siempre trato preferente. De pronto, José sintió una emoción semejante a la vergüenza, por haber pertenecido a aquella clase de humanidad que saciaba su apetito espiritual con revistas ilustradas, sin preguntarse la razón por la cual la gente actuaba de una forma determinada, limitándose a cumplir unas consignas al pié de la letra. Jerónimo era la imagen reflejada de lo que hubiera sido el propio José de no haber entrado un día por casualidad en el Hotel de Extranjeros, desencadenando así toda la serie de acontecimientos que estaba viviendo.

Los dos se pusieron a examinar en el garaje las escalas para encontrar la apropiada a las necesidades del momento.
- Algunos de mis compañeros se encuentran en un incendio y otros de guardia, así que no podemos utilizar ningún coche. Tendremos que ir arrastrando de la escala con ruedas.
- No importa, el trayecto no es largo.
José empezaba ya a impacientarse.

Ayudó al bombero a sacar la escala a la calle y ambos iniciaron la marcha empujando.
- Puede usted sentarse en un escalón, con uno que empuje, basta - ofreció Jerónimo.
José se negó a ello, le parecía demasiado humillante para el bombero.
- Entonces, me permitirá que sea yo quien monte., con uno que empuje basta.

El bombero se abrió paso entre los barrotes de la escalera y una vez instalado dio orden a José de iniciar la marcha. El hombre se hallaba visiblemente colmado, como si aquel fuera el más grande homenaje que pudiera rendírsele y una vez en marcha, desplegó el cuaderno infantil y se puso a leer con avidez. Cuando algún noctámbulo retrasado se cruzaba con ellos, Jerónimo agitaba la revista a guisa de saludo, acompañando el gesto de gritos y onomatopeyas que traducían su júbilo interior.

José soportaba la prueba con la esperanza de que al final podría entrar en posesión de los títulos depositados en su maleta y con ellos en mano nunca volvería a vivir momentos tan humillantes como los que aquel inconsciente bombero le hacía sufrir.
Llegaron por fin ante la fachada trasera del Hotel de Extranjeros, donde se hallaba la ventana de la habitación de José.
- Aquí es - le dijo al bombero, señalándo la ventana.

Jerónimo empezó a accionar la escalera. Sin duda alguna el material llevaba tiempo fuera de servicio porque parecía que estuvieran estirando de la cola de un gato.
- ¿No podría Usted hacerlo con menos ruido - gritó José.
- ¿Que dice usted? - inquirió el bombero, llevándose la mano a la oreja a guisa de trompetilla.
- Vamos a despertar a todo el mundo - clamó José con todas sus fuerzas.
- Bueno - contestó el estoico Jerónimo.- Somos un servicio público y no pueden pedirnos responsabilidad. Ya volverán a dormirse.

Tal como había previsto, las ventanas del Hotel empezaron a abrirse y los clientes, con los codos apoyados en el alféizar, contemplaban divertidos la maniobra. José fue reconocido por sus antiguos compañeros de Hotel, quienes le señalaban con el dedo y le mandaban saludos amistosos para alentarle en su empresa.
“Menos mal que no tengo a nadie en contra” pensó José.
Otro de los motivos de satisfacción era que nadie se había asomado por la ventana de su habitación, prueba de que no estaba ocupaba, y la patrona no parecía haberse despertado con el ruido. A pesar del escándalo, el camino de su habitación estaba libre y una vez tuviese la maleta en sus manos, ya cuidaría él de que nadie se la arrebatase.

- Puede Usted subir - anunció el bombero.
Un silencio escandaloso presidió la ascensión, bajo las miradas curiosas de los clientes del hotel. José nunca hubiera imaginado que para defender sus títulos de nobleza se vería obligado a obrar de forma tan singular, más propia de un artista de circo que de un individuo de su alcurnia, pero ninguna consideración de orden estético iba a lograr detener su impulso. Con la vista fija en la altura y sin preocuparse del balanceo, cada vez mayor, de la escalera, alcanzó la ventana de su habitación, mientras los clientes del hotel, entusiasmados por la hazaña, aplaudían calurosamente.

La ventana estaba abierta y José no tuvo dificultad en penetrar en el interior. Buscó a tientas el conmutador de la luz. Todavía a oscuras se sobresaltó al oír un ruido que provenía de la zona donde estaba la cama. Al acercarse aumentó su ansiedad viendo la figura de un hombre en su cama. A pesar del susto inicial, pudo sobreponerse gracias a que los ronquidos le garantizaban que estaba dormido.

Pero la sorpresa no le hizo olvidar su objetivo. Pasó revista al cuarto, abrió el armario y buceó debajo de la cama, en vano. La maleta no estaba en la habitación.
Fue después de haberla inspeccionado totalmente cuando el durmiente inició el despertar. Miró a José parpadeando y frotándose los ojos, para quedarse sentado en la cama.

Hubo un momento de silencio, durante el cual ambos desconocidos se observaron. El ocupante de la habitación era un hombre de mediana edad, dotado de una barriga prominente y mal afeitado, aunque en sus ojos, un reflejo penetrante desvanecía su aparente vulgaridad.
- Usted debe de ser sin duda José - dijo con una voz tranquila, la cual no delataba ningún rencor por haberle interrumpido el sueño.
- Exacto. El ocupante de esta habitación - respondió con una mal reprimida agresividad, como invitándole a explicar la circunstancia que lo había llevado allí.

- Le sorprende encontrarme ocupando su antiguo aposento, ¿verdad?
- Si se tratara de mi antiguo aposento, no tendría por qué sorprenderme - devolvió José con sequedad.- Pero de acuerdo con el reglamento de este Hotel, esta habitación me pertenece hasta el mediodía de hoy, de modo que no le niego mi extrañeza ante el hecho de que las normas hayan sido quebrantadas por la patrona de forma tan manifiesta. Pero esto es lo de menos - encadenó José.- Lo que me interesa ahora es recuperar mi maleta. ¿Sabe donde se encuentran los objetos de mi pertenencia depositados en esta habitación?

En lugar de responder a la pregunta, el intruso se acomodó en la cama y iniciando un análisis de la cuestión, como si su profesión fuera la de abogado.
- Estoy al corriente de su problema y crea que todas mis simpatías están de su parte. Pero ante todo quiero que sepa que no ha habido violación del reglamento por parte de nadie, ya que no soy un cliente fortuito del hotel, sino un empleado del Sr. Barón, presidente de la compañía que explota el Hotel de Extranjeros.
El rostro de José cambió de súbito su expresión al saber que se encontraba frente a un funcionario y se sentó en la silla que había junto a la cama, la que utilizaba para colgar la ropa cada noche al desvestirse.

- Inicialmente - prosiguió el hombre - este edificio no fue destinado a Hotel, sino que estaba habilitado como residencia al servicio de los numerosos empleados de la Administración y de las dependencias particulares de Presidentes y Secretarios, que vivían en la periferia o en provincias. Cada vez que uno de esos trabajadores debía ir a la ciudad, pernoctaba aquí. Pero como esas visitas no eran frecuentes, la Residencia permanecía desocupada la mayor parte del año. Es por ello que el Consejo de Administración decidió convertirla en Hotel. Sin embargo, no estaba en el ánimo de los dirigentes perjudicar con esa medida a sus propios empleados, de forma que en el reglamento figuró una cláusula según la cual cuando el Hotel estuviera ocupado, si uno de los funcionarios pedía alojamiento, la gerente estaba en la obligación de albergarle, en detrimento, si era preciso, de uno de los clientes del Hotel.

El forastero hizo una pausa y comprobó que José se hallaba totalmente absorbido por el relato. La imagen que su mente hacía de la Sociedad iba aumentando en grandiosidad y esplendor a medida que iba enterándose de nuevos detalles sobre su imponente organización.
- Esta noche - prosiguió el forastero - me he visto obligado a hacer uso de esa prerrogativa. El Hotel está completo y la gerente me ha dado esta habitación porque, debido a sus circunstancias particulares, a usted es a quien menos injustamente perjudicaba con esa medida. Espero que esa explicación le será suficiente para comprenderlo todo - terminó el forastero.

- Si, comprendo que he sido víctima de las circunstancias - reflexionó José.- Si usted no hubiese ocupado mi habitación, seguramente hubiera encontrado mi maleta aquí y ahora sería poseedor de todos mis títulos. En cambio ahora debe hallarse ya en el sótano, en el cementerio de maletas perdidas - repuso, acordándose de la expresión del camarero.

El forastero le dirigió una mirada y una sonrisa casi fraternal al ver la desesperación escrita en su sembante.
- Yo no quiero en ningún modo perjudicarle, sino al contrario. El hecho de que haya ido a parar a esa habitación me hace partícipe de su destino y quiero entrar en él defendiendo sus intereses y no perturbándolos. Así pues, mire lo que le propongo: Usted se queda aquí y comparte la cama conmigo. Mañana tengo que cobrar la prima de un seguro por la muerte de mi padre, a cuyo objeto me he desplazado a la ciudad. Usted me acompaña y yo le doy el dinero que le hace falta para pagar el Hotel. Ya me lo devolverá cuando haya hecho valer sus títulos. Viene a liquidar antes del mediodía y recupera así la maleta.

Al escuchar esas palabras, un mar de emociones invadieron el corazón de José, sin que acertase a expresar su reconocimiento.
- Lo que acaba de decir, significa tanto para mi... - titubeó.- Yo le prometo que le haré compartir mi nobleza en cuanto triunfe definitivamente.
El forastero sonrió sin responder a este ofrecimiento concreto.
- Ahora tratemos de dormir un poco. Ah, mi nombre es Tuliferio - añadió.

Se estrecharon la mano y José entró en las sábanas. Nunca había experimentado una mayor sensación de felicidad.
En el exterior, había cesado el ruido infernal de la escalera y Jerónimo ya se la estaba llevando. La quietud, el silencio y la paz se apoderaron de nuevo de la noche.
Kabaleb

Apocalipsis, el camino del conocimiento (1, 1ª parte)

Como estamos pasando por periodo un tanto convulso en el que perdemos de vista las referencias que hasta ahora representaban nuestra seguridad, he pensado que es el momento apropiado para ir publicando, poco a poco, la obra que mi padre (Kabaleb) escribió con el nombre de: Interpretación Esotérica del Apocalipsis.

Veréis que se trata de un texto revelador y que está en plena actualidad. Trataré por mi parte de aclarar algunos conceptos para los que estén menos familiarizados con la cábala, para facilitar así su comprensión...

Son textos que en su día (hace 25 años) fueron distribuidos por fascículos entre los estudiantes de la escuela que fundó Kabaleb (ETU), sin haber llegado a ser editados todavía. Así que puede decirse que es la primera vez que ven la luz para el gran público. El Apocalipsis tiene 22 capítulos y cada uno de ellos está dividido en 22 puntos. Espero que los disfrutéis…

Capítulo 1

1.- "Revelación de Jesu-Cristo, que Dios le ha dado para mostrar a sus servidores

La astrología y los niños

(foto de Silvia Smith) Iniciamos aquí la publicación de una pequeña serie de artículos que escribió Kabaleb sobre los niños en relación con la astrología.

Así veremos la influencia de cada signo en el desarrollo de los hijos, según la astrología cabalística o astrocábala; los niños de Fuego, de Agua, de Aire y de Tierra; qué será mi hijo de mayor; la falta de afinidad entre profesor y alumno; armonía y desarmonías entre los padres y los hijos; la sociedad del futuro juntará los niños por afinidades temperamentales; las 3 grandes etapas de la niñez; Principales virtudes y defectos de los niños según su signo...

Interpretación del Padre Nuestro

Presentamos aquí la interpretación que Kabaleb hizo de el Padrenuestro, en su libro “Cómo descubrir al maestro interior”. A través de este texto descubrimos que el Padrenuestro está compuesto de siete oraciones. Y cuando las recitamos a conciencia, la elevación es inmediata.

El Padrenuestro se convierte así en más que una plegaria, en un tema de meditación y una enseñanza que conduce al perfeccionamiento. Si la plegaria consigue movilizar la mente y el corazón, si pone a trabajar el pensamiento y los deseos, será uno de los instrumentos más eficaces en nuestro desarrollo.

Jesucristo dijo:

«Al rogar, no multipliquéis las vanas palabras, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de palabras serán escuchados. No os parezcáis a ellos, ya que vuestro Padre sabe lo que necesitáis, antes incluso de que formuléis la demanda. He aquí pues cómo debéis rogar:

¡Padre nuestro que estás en los cielos!
Santificado sea tu nombre,
Venga a nosotros tu Reino,
Que se haga tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy,
Y perdona nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonemos a los que nos han ofendido.
No nos induzcas en tentación, sino libéranos del maligno,
Ya que a ti pertenece por los siglos de los siglos el Reino, el poder y la gloria. ¡Amén!»

Este es el modelo de plegaria que figura en el Evangelio de San Mateo (Vl, 9 13), pero según fuentes esotéricas, tras la demanda de «pan cotidiano», figuraba una línea en la que se pedía: «Refresca nuestras almas con las aguas vivas», y al final se suprimen las últimas líneas y se añade: «Haznos cada vez más perfectos, como tú mismo eres perfecto.» La demanda de pan y agua corresponde al elemento sólido procedente del Binah y al líquido luminoso procedente de Hochmah.

El padrenuestro quedaría entonces así:

¡Padre nuestro que estás en los cielos!
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Que se haga tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy,
y refresca nuestras almas con las aguas vivas.
Y perdona nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonemos a los que nos han ofendido.
No nos induzcas en tentación, sino libéranos del maligno
Y haznos cada día más perfectos como tú eres perfecto.
Amén (Aleph-Mem-Noun)

El Padrenuestro ha quedado instituido como la plegaria de los cristianos y constituye un modelo para todo ruego que pueda ser dirigido al Eterno. Deberíamos rezar el Padrenuestro por lo menos una vez al día, pero, sobre todo, se debe comprender el sentido de esta plegaria y vivirla, ya que si nos limitamos a la simple repetición mecánica, no tendrá efectos, o muy pocos, sobre nosotros.

«¡Padre nuestro que estás en los cielos!», es como las direcciones que se ponen en los sobres. Pero hay algo más en esta primera línea que es preciso retener, y es que se dirige a la instancia más elevada de la espiritualidad, al aspecto divino llamado Padre y no a instancias espirituales intermedias. Sólo el Padre abre los sobres que van dirigidos a él, pero, tal como Cristo indica, si reclamáis su atención hacedlo con pocas palabras y para cosas esenciales. Si vuestras peticiones son secundarias, si se refieren a las anécdotas de vuestra vida, entonces es mejor dirigirse a las potencias intermedias, pero no olvidéis poner su nombre y dirección, tal como Jesús lo hace en el Padrenuestro. Una plegaria bien dirigida reúne ya la condición primordial para ser escuchada.

«Santificado sea tu nombre».Esta proclamación ha de sugerir la determinación de otorgar un trato privilegiado a todo lo que viene del nombre del Padre, o sea a lo que procede de Kether-voluntad. Santificar significa celebrar, exaltar, ponerse de gala, venerar, festejar, distinguir. Podríamos permutar la expresión «tu nombre» por: Santificada sea “mi voluntad” y decir: “que esa voluntad que hay en mí sea exaltada y se exprese con toda su pureza, con todas sus galas y que esa voluntad sea celebrada”, es decir, que sea ejercida día a día, que se reserve un espacio en la jornada para que nuestra voluntad, que es un don del Padre, actúe en nosotros para eliminar lo caduco y renovar nuestra vida.

En la vida social, santificar el nombre de Dios significa dejar espacio libre para que nuestra voluntad humana pueda manifestarse. Vivimos prisioneros de la rutina, doblegados por un trabajo mecanizado para el que la voluntad facilita una energía de consumo para ir tirando y que la producción no se detenga. En tales condiciones, sólo los días de fiesta dejan el terreno libre para que la voluntad se exprese, y ahora vemos cómo esos días de fiesta se van reduciendo, se va sacralizando la producción material y no el nombre del Padre.

Para que ese nombre pueda ser santificado, todos cuantos trabajamos en el advenimiento del Reino debemos defender las fiestas tradicionales y promover nuevos festejos para que le sea posible al hombre ejercer esa voluntad creadora que le viene del Padre. En esa voluntad es donde se encuentra la solución de los problemas sociales, siempre y cuando la organización de la vida favorezca su ejercicio.

«Venga a nosotros tu Reino». ¡Qué riqueza de sugerencias encierra esta expresión! Se trata del Reino de Kether y pedimos aquí que llegue hasta Malkuth, centro que representa nuestra realidad material. El objetivo supremo de toda vida humana no es otro que el de conseguir que el Reino de Kether descienda de la cima en que se encuentra y se instale en nuestro yo material, penetrando en la carne, en la sangre, moviendo los resortes de nuestros músculos y nervios, manifestándose en nuestros gestos. La obra de Cristo puede resumirse precisamente en conseguir ese logro: el que venga a nosotros el Reino del Padre. ¿Qué debemos hacer para que esto se cumpla?
El Reino del Padre ya está en nosotros. Se encuentra situado en un punto misterioso de nuestro cráneo, pero las conexiones entre nuestro corazón y el cerebro no están vivificadas y el Padre se encuentra sin medios para gobernar. Es como un rey que, sentado en su trono, estuviera en un palacio vacío, sin ministros, sin servidores para ejecutar su política. Para que ese monarca pueda reinar, será preciso dotarlo de una red de conductos que le permitan hacerse oír por sus súbditos.
Esos conductos, en lo que se refiere a nuestro organismo, son nuestros pensamientos y nuestros deseos. Si ellos se ponen al servicio de ese rey, sus órdenes llegarán al mundo de abajo. Al decir ¡Venga a nosotros tu Reino! expresamos un deseo y un pensamiento a la vez, es decir, abrimos el camino de penetración a nuestro mítico rey interno.

Pero ese camino es largo y difícil. Si contemplamos el esquema del árbol de la vida, vemos que Kether y Malkuth están unidos por una serie de senderos que van de una a otra de las tres columnas. Existe una vía rápida en la columna central, pero sólo unos pocos privilegiados pueden deslizarse por ella. El grueso del pelotón de la humanidad transita por los senderos serpenteantes que van de un centro de vida de la derecha a uno de la izquierda y es por ellos por los que el reino del padre ha de transcurrir, desde las alturas de Kether hasta las profundidades de Malkuth.

En ese largo viaje del Padre para visitar a sus hijos, los hombres, la primera etapa lo llevará a esa ciudadela espiritual que conocemos con el nombre de Hochmah. Allí Kether Padre tomará un rostro, adquirirá una apariencia que lo haga reconocible: se vestirá con la túnica deslumbrante del amor y la sabiduría y emprenderá el viaje hacia Binah. En esa aduana, los funcionarios le preguntarán si tiene algo que declarar y el Padre dirá: traigo conmigo el amor que todo lo une y la sabiduría que disipa todos los misterios.

El guardián de la frontera de Binah le responderá: Señor, para entrar en nuestro mundo, deberéis someteros a nuestras reglas. Aquí somos muy severos con nuestros súbditos y quizá vuestro amor significara una tolerancia inadmisible para nuestras leyes. Aquí, Señor, se aprende por la experiencia y no hay otra sabiduría que la conseguida por el esfuerzo. Despojaos pues de una parte de vuestro amor y olvidad vuestro saber si deseáis penetrar en nuestro país.

Así Kether, en cada una de sus etapas que lo conducirán sucesivamente a Hesed, Gueburah, Tiphereth, Netzah, Hod, Yesod y Malkuth, encontrará una aduana que irá despojándolo de los adornos de su túnica, hasta convertirlo en un puro harapo. El trabajo humano consiste en permitir el paso de la divinidad por cada uno de los centros motores de nuestro organismo sin ponerle trabas ni filtros. Se trata de suprimir fronteras y discriminaciones y de ser, en lo interior y en lo exterior, perfectos ciudadanos del mundo. ¡Venga a nosotros tu Reino! Es el clamor que ha de permitirnos recibir al soberano sin restricciones, sin exigirle que se presente en nuestra vida de una forma determinada. Si ese deseo se expresa con fuerza, si es auténtico, si obedece a una necesidad imperiosa, un día veremos al soberano irrumpir victorioso por las avenidas de nuestra sangre, músculos y nervios para proclamar en nosotros su reinado para siempre jamás.

«¡Que se haga tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo!» Este punto del Padrenuestro es consecuencia del anterior. Si el Reino del Padre viene a nosotros es para que establezca su voluntad en nuestra tierra humana, para que actúe en nosotros según sus divinas normas, convirtiéndonos en artesanos conscientes de su obra.

La voluntad del Padre, de cualquier padre que no se vea perturbado por oscuros complejos, consiste en que su hijo pueda ir más allá de sí mismo, de que pueda superarlo en conocimientos, sabiduría y bienestar. Y ese padre pondrá todas sus posibilidades morales y materiales al servicio del hijo, hasta el sacrificio si es preciso. Si así lo hace el padre físico, ¿qué no hará por sus hijos el Padre espiritual? La Voluntad de Kether se manifiesta en Hochmah en forma de sabiduría amor, y se manifiesta en Binah en forma de Inteligencia penetrante que permite conocer el misterio de la creación mediante las leyes activas en el cosmos. La voluntad divina no es pues coercitiva, no se manifiesta despóticamente imponiendo un orden arbitrario y ocultando las reglas que permiten comprenderlo, sino al contrario, clarificándolo todo, dando armas a la inteligencia para que pueda penetrar en el conocimiento de todas las cosas.

Por ello, al decir ¡Hágase tu voluntad en mi tierra!, No estamos pidiendo un «caudillo» que nos diga lo que tenemos que hacer, sino que estamos solicitando que, del mismo modo que se hace en el cielo, donde Kether Padre establece amor sabiduría e inteligencia-comprensión, lo establezca también en nosotros, que nos conceda las prerrogativas divinas que concedió a Hochmah y a Binah. Le pedimos, en suma, que con su voluntad, nos convierta en creadores, elevándonos a la categoría de dioses, nos haga participar con la conciencia despierta, en la obra creadora.

«El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy y refresca nuestras almas con las aguas vivas». En este punto de la plegaria se pide lo esencial, ya que como diría Jesús más adelante, si se busca el reino de Dios y su justicia, lo demás viene por añadidura. Se piden las cualidades de Hochmah y de Binah, tal como apuntábamos en el punto anterior. En la época en que vivió Jesús, el pan solía ser elaborado por cada familia y de todos modos, debemos interpretar esta petición, no solamente en el sentido alimenticio, sino en el más amplio de permitirnos la elaboración de ese pan. Las enseñanzas tradicionales dicen que en la elaboración del pan participan los siete Séfiras que van de Binah a Yesod; es decir, los siete centros de vida activos en cada uno de nosotros se movilizan en la tarea panificadora, de modo que teniendo esto en cuenta, lo que estamos pidiendo es que diariamente el Padre mantenga activos en nosotros los sietes centros de la vida que elaboran nuestra existencia, porque en el proceso evolutivo, nosotros pasamos por fases parecidas a las del pan, desde que la pasta se amasa hasta que se cuece; le pedimos que no exista en nosotros ninguna tendencia muerta, que todo se encuentre vivificado y en estado de alerta porque, siendo así, el pan físico no nos faltará, y será el producto natural del trabajo humano.

La referencia a las aguas vivas, que no figura en la plegaria tal y como nos ha llegado, es una demanda del amor sabiduría de Hochmah. Trabajo humano y amor, tales son las peticiones esenciales que debemos dirigir al Padre, no el amor de la sociedad hacia nosotros, sino amor nuestro hacia todo lo creado; amor que, al darlo, nos será devuelto, de acuerdo con la dinámica del mecanismo cósmico.

«Y perdona nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonemos a los que nos han ofendido». Dirigir esta petición a un Dios externo no tendría sentido porque él ya conoce las reglas cósmicas y sabe que las ofensas perdonadas abajo disparan automáticamente los mecanismos del perdón en los mundos de arriba y nuestras ofensas se borran. Cristo introdujo ese punto en la plegaria para que el discípulo medite sobre la cuestión y pueda tomar conciencia de que su propia actitud respecto a los demás, determinará la actitud del Padre respecto a él. Esto no significa que el Padre cambie en la forma de enjuiciarlo, sino que nuestra actitud humana nos hará beneficiarnos de unos mecanismos activos en la obra divina.

Por otra parte, el Padre Kether, como hemos dicho, se encuentra interiorizado en cada uno y si tomamos conciencia de esta realidad, resultará que es de nuestro interior, de lo que en nosotros hay de divino, de donde ha de venirnos el perdón, de acuerdo con la regla que Cristo expresaría más tarde al decir «la caridad bien entendida empieza por uno mismo».

Perdonar las ofensas a los demás es tarea primordial para que el Padre pueda establecer su Reino en nosotros, porque si nuestro Reino humano aparece surcado de odios, rencores y desavenencias, por mucho que despejemos los senderos por otro lado, el soberano no pondrá nunca los pies en nuestra tierra. Cuando pronunciamos esa parte de la oración, debemos pensar en si estamos resentidos contra alguien y, si lo estamos, vayamos a su encuentro y hagámosle saber que nuestra ofensa ha prescrito. Si no es así, no vale la pena seguir rezando, porque no reuniremos las condiciones para que sea efectiva y no dejará de ser un movimiento inocuo de los labios.

«No nos induzcas en tentación, sino libéranos del maligno». La tentación aparece, inevitablemente, al alcanzar cierto nivel evolutivo, porque el maligno es un agente activo en nuestro proceso formador. Él ha sido el tutor en la toma de conciencia de nuestros deseos y llega ineludiblemente un momento en que debemos despedirnos de este viejo profesor, experto en las artes de la izquierda, para vincularnos a la corriente crística que circula por la derecha. La tentación, muchas veces, es la de seguir siendo lo que somos, la de no transformarnos, la de incorporar a medias los nuevos valores, a la manera de un manto que cubre los antiguos. Muchas de las prácticas que hoy llamamos cristianas no son más que unos ropajes transparentes que ocultan apenas la doctrina antigua.

El Padre ha de librarnos de ese mal sutil, otorgándonos la suficiente lucidez para reconocerlo, porque en el momento del tránsito de una doctrina a la otra, cuando vayamos al encuentro del viejo profesor Mefisto para despedirnos de él, el maligno astuto nos dirá: «¿Por qué romper nuestras buenas relaciones? Yo sé mucho acerca de la nueva doctrina y puedo instruirte en ella como lo he hecho en el terreno de la experiencia». Si aceptamos su ayuda, ya estaremos endosando las dos túnicas y los viejos métodos aparecerán con un barniz nuevo. Debemos tener el valor de romper, de quemar las naves, como lo hiciera Cortés al llegar al nuevo mundo. Sólo entonces, cuando ya no sea posible mirar hacia atrás, descubriremos en toda su plenitud los valores del nuevo universo que es ahora el nuestro. Entonces, el Reino del Padre cobrará vida y su realidad irá penetrando en nuestra conciencia.

“Haznos cada día más perfectos, como tú eres Perfecto. Amén” Termina la oración, reclamando una condición sin la cual el padre no podrá penetrar en nosotros, porque la perfección necesita para expresarse un medio adecuado a su naturaleza, y si el hombre no adquiere la cualidad de la perfección, el Padre se quedará en la puerta, esperando a que esa perfección se cumpla.

Kabaleb