La Maleta (1) (novela iniciática)

Vamos a presentar a continuación una obra inédita de Kabaleb, se trata de una novela llamada La Maleta.

Kabaleb escribió esta historia surrealista, que muestra las peripecias de un personaje, José, por recuperar su maleta, en la que se guardan sus valores.

Kabaleb escribió esta novela hace muchos años y la presentó al premia Nadal. Al ser rechazada por el jurado, él decidió que no se publicaría mientras él estuviera vivo y la dejó como legado para sus hijos...

Ahora, creemos que es el momento propicio para que vea la luz. La publicaremos en este blog por capítulos.

CAPÍTULO I (1ª parte)

Era ya de madrugada cuando José regresó al Hotel de Extranjeros

en que se alojaba desde su llegada a la ciudad.

Lo cierto es que llevaba varias noches acostándose tarde y había ya adquirido habilidad en abrir la puerta automática sin que el timbre despertara al conserje, mientras él ponía sus oídos en tensión interior, como para amortiguar el inevitable ruido. Después, se escurría por la escalera como una serpiente, sin abrir el conmutador de la luz, en un verdadero alarde de sentido del tacto, hasta alcanzar la puerta de su habitación, en el tercer piso.

Pero aquella noche, tras las dos vueltas de llave en la cerradura, la puerta no cedió. Un obstáculo poderosísimo impedía a la puerta ejercer su juego habitual. José se sintió desamparado e invadido por una fatiga súbita al ver frustradas sus esperanzas de dormir.

Sólo abriendo el conmutador de la luz podría saber a ciencia cierta lo que ocurría, pero el presentimiento, en la oscuridad, fue terrible.

Las sórdidas escaleras del Hotel de Extranjeros no estaban muy bien iluminadas, pero si lo suficiente para que José pudiera leer el texto del papel pegado con una chincheta en la puerta de su habitación: "Sírvase pasar por el despacho". Ninguna otra palabra dejaba intuir el motivo de una llamada al despacho en hora tan intempestiva, pero a José le pareció bastante explícito el hecho de que un candado cerrara inapelablemente el acceso a su habitación.

No recordaba con exactitud cuantos días de hotel debía. Tal vez fueran semanas, o meses... Al principio se molestaba en dar pretextos a la patrona: giros que no llegaban, ayudas de su gobierno congeladas por falta de divisas, todo lo que un cerebro normal puede imaginar para justificar una falta prolongada de fondos. Después, sintiendo que su crédito se iba perdiendo, optó por acostarse cuando la patrona atravesaba su sueño más profundo, y salir por la mañana tal que un maldito, pegado a los escalones para no hacer ruido, como si fuese absorbido por la fuerza magnética de la calle, como si todos los átomos de su cuerpo se escurrieran hacia el campo imantado de la libertad.

No obstante, José sabía que tarde o temprano sus peregrinaciones nocturnas al Hotel acabarían mal, pero no imaginaba de qué modo iba a producirse el hecho, ni se prestaba a imaginarlo. Por fin, en la soledad de una escalera mal alumbrada, entre los ronquidos descomunales de sus camaradas de hotel, sintió miedo. Aquella habitación representaba el único eslabon que le encadenaba al mundo de los seres comunes y un profundo sentimiento lo impulsaba a luchar por defender su último reducto de hombre social.

José descendió las escaleras gravemente, pero despacio, sin precipitar el momento del encuentro. Los ronquidos que se filtraban por debajo las puertas le hablaban extrañamente de una humanidad sin problemas, de una humanidad que paga su habitación, y que conquista su derecho a roncar y a manifestarse dormido, sin temor a delatar su presencia.

Al llegar al entresuelo, donde se hallaba el despacho, José llamó a la puerta, estaba resuelto a luchar. Sus argumentos serían los mismos, pero, ¿conocemos un modo mejor de probar la verdad que a través de la repetición?

La patrona, en camisón de noche, abrió la puerta del despacho y por el aspecto de su semblante José adivinó que no había dormido. Lo esperaba sin duda, con la luz apagada para que el efecto de la sorpresa fuera absoluto.

No parecía enfurecida, lo cual convenció a José de que esa partida iba a presentarse difícil de ganar.

-Buenas noches, José -, dijo, con voz aparentemente reposada.- Quiere usted la llave, ¿no es eso?

José asintió con un gesto, mientras la patrona se calaba los lentes para consultar una ficha.

- Hoy me debe exactamente dos meses, José - prosiguió la patrona sin mirarlo. – Quizá sepa usted que este hotel pertenece a una Sociedad y que yo no soy más que la gerente. Con ello quiero decir que si de mí dependiera podría condescender, pero el reglamento de la Sociedad prohibe formalmente que un cliente se albergue en el Hotel por un periodo superior a dos meses, sin pagar. Sintiéndolo mucho, porque usted me resulta simpático, José, me veo obligada a echarle a la calle.

- Pero no puede hacer eso – Trató de defenderse José, ya sin convicción - usted sabe que yo le pagaré hasta el último céntimo en cuanto pueda hacer prevalecer mis derechos: conoce lo particular de mi situación y que cuando la política de mi país se estabilice, yo recuperaré todos mis títulos.

- Lo sé perfectamente, José, pero el reglamento me impide obrar de otra manera. Ya le he dicho que yo no soy más que la gerente. Estamos en una Sociedad.

- Ya sabe Usted que mis asuntos van a resolverse de un momento a otro. Llevo ya mucho tiempo esperando y la solución definitiva no puede demorarse - pleiteó aún José.- Puede pedir referencias al embajador de mi país, no al actual, naturalmente, que no es más que un fantoche, representando a un gobierno instalado con el apoyo de los tanques, sino al antiguo embajador, que reside en esta ciudad, como yo, a título de exiliado.

- Lo siento, José. Su caso sólo puede solucionarse a través del pago de los dos meses de hotel. ¿Tiene Usted dinero?

- No - reconoció José - No lo tengo, pero mi asunto no tardará en resolverse.

- El reglamento de la Sociedad no me permite esperar. Puede considerarse contento de salir sin más complicaciones. Otros inquilinos han sido entregados a la policía, pero el Consejo de Administración ha considerado su problema y se limita a expulsarle del Hotel.

José supo entonces que el Consejo de Administación del Hotel de Extranjeros había tomado cartas en su problema y consideró la partida definitivamente perdida.

- Bueno - aceptó José.- Haga el favor de entregarme mi maleta.
La patrona estaba sin duda preparada para esa nueva reivindicación.

- No, José. El reglamento es estricto sobre este caso particular. Las maletas de los clientes que han permanecido dos meses sin pagar, se convierten en irrecuperables y pasan a formar parte del mobiliario del Hotel. Es lo menos que puede exigir la Sociedad a cambio del largo plazo de crédito consentido.

- ¿Pretende decir con ello que no podría recuperar mi maleta aunque pagara los dos meses de hotel?

- Ha comprendido correctamente, José. No obstante la Sociedad Hotelera concede un plazo de veinticuatro horas, una vez terminado el período de dos meses, para abonar la suma adeudada. Como el período reglamentario terminaba este mediodía, le quedan sólo algunas horas para entregar la cantidad.

El hastío que cubría el rostro de José, se transmutó en miedo.

- Pero... - arguyó con un extraño temblor en los labios -En mi maleta están los papeles que acreditan mi nobleza. Mis títulos están allí. Si no puedo recuperarlos, nunca serán reconocidos mis derechos. Es esencial para mí recuperar esos papeles. Sin ellos mi vida no tiene objeto. Constituyen mi lucha, el único ideal que me sostiene. Sin ellos, años y años de esfuerzos habrían sido vanos. Además, de nada pueden servirle a la Sociedad Hotelera.

La patrona escuchó paciente como el tono quejicoso de José iba aumentando.

- Yo no estoy calificada para determinar lo que interesa o no a la Alta Administración del Hotel. No soy más que la gerente y me limito a aplicar el reglamento. Diríjase a la Administración.

- Lo comprendo muy bien - prosiguió José con acento suplicante -, pero ahora, cuando la Administración no ha intervenido todavía en el asunto, usted puede darme los documentos que se encuentran en mi maleta.

La patrona se encolerizó de pronto.

- ¡Usted. me pide nada menos que traicione a la Administración, a la cual he servido fielmente durante treinta años! Si el único objeto de su vida es el de hacer valer ante el mundo sus papeles de nobleza, sepa que el mío ha sido tan solo el de servir fielmente a una Administración que lo ha albergado a usted durante dos meses sin pagar y por la que debiera sentirse orgulloso de renunciar a sus pretendidos títulos.

José elevó el tono de su voz al sentir que su nobleza estaba en tela de juicio.

- ¡Como se atreve usted a dudar de mis títulos! No tiene más que abrir mi maleta para percibir su autenticidad. Le digo, a plena conciencia de su gravedad, que el reglamento de este hotel es injusto.

La patrona se tapó los oídos para no oírlo. Sus últimas palabras fueron como una señal; todos los inquilinos emergieron de las habitaciones dando por finalizados sus ronquidos.

- Fuera ya! Echémosle! - empezaron a gritar los ocupantes de las habitaciones más bajas, que fueron los primeros en alcanzar el despacho.

- El reglamento debe ser respetado sin poner en duda su justicia - aseguró un cliente con lentes y calvo.

Ante aquella intervención arbitraria, la indignación de José fue creciendo y elevó a consciencia el tono de su voz.

- Ahora lo veo todo claro. No dormíais, sino que despiertos, con vuestros ronquidos, pretendíais que me confiara. Me habéis tendido una trampa. lo único que os interesa es arrebatarme los papeles que prueban mi nobleza. Es el odio y la envidia lo que activa vuestros músculos.

José había perdido ya el dominio de sus razonamientos, reuniendo a todos los clientes en un frente común, con esa tendencia que tiene el hombre, al indignarse, de multiplicar emotivamente sus enemigos.

Los clientes del hotel llenaban ya las primeras gradas que conducían al despacho. Los más lejanos preguntaban a sus vecinos sobre lo ocurrido y éstos les respondían con gestos cómicos, llevándose el dedo índice a la sien y haciéndolo girar a la manera de un tornillo, para indicar sin duda que José se había vuelto loco.

Los más próximos, sobre todo el calvo, llevaban el peso de la argumentación.

- Eres tú quien nos ha despertado al rebelarte contra el reglamento. Si de verdad eres noble, ¿para qué diablos necesitas los papeles? ¿o es que, sin papeles se te quita la nobleza?

Una carcajada general resonó en el graderío, repleta de clientes empijamados, obligando al calvo a levantar las manos a guisa de saludo, como si se tratara de un evento deportivo. José se desconcertó, aun cuando su espíritu combativo no le abandonara.

- No precisaría los papeles si en mi país no hubiese habido una revolución. Pero en las circunstancias actuales, los documentos que guardo en la maleta es lo único que puede reintegrarme a mi dignidad.

Las primeras filas se mostraban algo conmovidas ante el pesar sincero de José, pero de los últimos peldaños emanaron gritos hostiles.

- ¡Queremos dormir! Que lo echen si no paga! ¡No es más que un embaucador! ¡Echémosle!

La masa de clientes empezó a empujar en dirección a la calle y José, navegando entre la marea de brazos humanos, se vio proyectado al arroyo, donde la noche reinaba aún, negra y densa.

Intentó una última protesta para dar patetismo a la escena, pero como en todos los momentos cruciales de su vida, su moral alcanzaba un nivel muy bajo, pareciéndole hasta cierto punto natural lo ocurrido. Natural en el sentido de que fue la eclosión de las fuerzas de la naturaleza lo que dio estructura y vitalidad a aquel episodio, de forma que para triunfar hubiera precisado la intervención de una fuerza sobrenatural.

Vagando por las calles tristes, con la única compañía de los adoquines, desposeído de su nobleza, José sintió como su interior se iba vaciando del sueño, la fatiga y la depresión que momentos antes se instalaran en él, dejando paso, paradójicamente, a un sentimiento nunca experimentado. Era algo parecido a una esperanza recién conquistada. Durante años, José había cruzado países y fronteras sin ocuparse en tareas definidas. Vivía de comités de ayudas a exiliados, sin una labor que llenara su vida, que diera un sentido concreto a su existencia.

En aquellos instantes de desposesión plena y total, José intuía que se encontraba a las puertas de algo grande, que nunca se atreviera a sospechar. ¡La maleta!, el sentido de su lucha. Batallaría con todas sus fuerzas, movilizando sus recursos imaginativos. Su capacidad emotiva y mental iba a desengrasarse para el combate, para esa guerra gigantesca que ya había comenzado en su cerebro contra la Administración del Hotel.

En su imaginación la maleta se presentaba llena de simbolismos cautivadores. La veía como su Monte de Oreb, como una zarza ardiente en pleno desierto del Sinaí y su cuerpo temblaba de impaciencia ante la proximidad de la lucha, al final de la cual sus atributos de nobleza le serían plena y totalmente restituidos y reconocidos.

Se dirigió, casi como un autómata, al Café de la Noche, donde solía reunirse con sus amigos extranjeros, empeñados como él en una lucha de titanes, frente a fuerzas que desconcertaban por la amplitud de sus recursos.

Contra todo pronóstico, el café estaba casi desierto. Solo tres clientes inmóviles ante tres tazas vacías, entregados a una misteriosa plegaria.

- Qué, ¿esta noche no hay hotel, verdad? - interrogó el camarero que acostumbraba a servirle.

José se extrañó de la pregunta. ¿Cómo podía saber un simple camarero lo que acababa de ocurrir en el Hotel? José jamás había hablado con él de sus problemas. El camarero observó su desconcierto y mientras secaba con un trapo la mesa, le explicó:

- Usted ignora, sin duda, que este café pertenece a la misma Sociedad que explota el Hotel de Extranjeros. No es extraño que el personal subalterno esté al corriente de los asuntos del Hotel.

- Pero, ¿quién le ha informado de mi caso? - inquirió José.
- Tengo relaciones con una de las criadas del Hotel, - aclaró, y luego añadió en tono confidencial:
- ¿Quiere Usted recuperar su maleta?

- A ello voy a dedicar todos mis esfuerzos. No sé si le habrán informado que en mi maleta se encuentran los títulos que acreditan mi nobleza y que iban a serme reconocidos por un tribunal internacional.

- Estoy al corriente de este asunto - interrumpió el camarero.- Por otra parte, su caso no es único. Llevo muchos años sirviendo en este café y mi experiencia me autoriza a sugerirle un camino para recuperar su maleta: róbela.

Un silencio sepulcral para dar tiempo a que José reflexionara, o más exactamente para provocar su reflexión.

- ¿Robarla?- José se sintió decepcionado. Sin duda las palabras del camarero habían despertado en él una excesiva esperanza. Cierto que el robo se mostraba como una de las formas más diligentes para recuperar sus títulos, pero no era muy acorde a su nobleza. Aunque pensándolo bien, no sería robo lo que hiciera, sino apoderarse de un objeto que le pertenecía, habiéndole sido arrebatado al amparo de un reglamento injusto.
- Pero, ¿cómo podría hacer tal cosa? - preguntó José.
El camarero se sentó junto a él para hablarle familiarmente, casi al oído:

- Escúcheme bien! El reglamento del Hotel exige que las maletas de los clientes expulsados sean depositadas en el sótano, que es, por decirlo así, un cementerio de maletas perdidas. Allí las fuerzas de la naturaleza, ayudadas por alguna rata ocasional, inician sobre ellas el proceso de descomposición, volviendo toda materia organizada a su estado primordial.

- Así pues, ¿sólo quieren las maletas para dejarlas pudrir? - estalló José rojo de indignación.

- Cálmese, por favor – trató de apaciguar el camarero.- Yo le transmito la impresión del personal subalterno del Hotel. Es posible que la Administración destine las maletas a otros fines que escapan a nuestra comprensión. Una empresa con tantas ramificaciones como ésta emplea a veces grandes medios para conseguir fines aparentemente muy poco importantes.

Tras el comentario al margen de la cuestión, el camarero prosiguió:
- Pero tenga bien en cuenta que las maletas que se depositan en el sótano son únicamente las de los clientes expulsados, ¡ex-pul-sa-dos! - repitió acentuando las sílabas a fin de que José notara debidamente el matiz.- Usted no ha sido expulsado aún, sino que se encuentra, para usar la denominación técnica correcta, en instancia de expulsión. Hasta el mediodía de hoy tiene tiempo para pagar y recuperar así todos sus derechos; por lo tanto, su maleta no se habrá movido de su habitación, a menos que la patrona haya infringido deliberadamente el reglamento, de lo cual no la creo capaz.

El camarero hizo una pausa, que empleó en vigilar al resto de los clientes, que parecían dormidos, y prosiguió:

- Si logra usted entrar en su habitación antes del próximo mediodía, nadie puede impedirle que se lleve la maleta...
Kabaleb